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Hasta que revienten los cómicos

Crítica de El viaje a ninguna parte

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Juan Ignacio Mortera Martínez
Prácticas, Máster de Teatro y Artes Escénicas UCM

Juan Ignacio Mortera Martínez

Alumno en prácticas Máster en Teatro y AAEE (UCM)

Hay que recordar…Hay que recordar”. Así comienza El viaje a ninguna parte, la novela que Fernando Fernán Gómez convirtió en el retrato perfecto del teatro español y en un elemento curioso dentro de su universo escénico. Muchos la tienen por obra de teatro sin serlo, se convirtió en película antes que en teatro y cuando llegó a las tablas lo hizo casi de forma clandestina, pero obteniendo un éxito rotundo. Me pregunto cuánto ha cambiado el teatro desde que la compañía Iniesta-Galván abandonó los caminos de España y pienso que no tanto. Es cierto que ya no hay compañías de repertorio, que la precariedad pública ha sustituido a la precariedad privada y que las fronteras autonómicas son guetos culturales, pero la itinerancia y gustar al público siguen siendo el único modo de supervivencia para muchas compañías. Por ello, recordar dónde estamos y de dónde venimos no es sólo un homenaje a la nostalgia sino una obligación. Seguramente todo esto pululaba en la mente de Fernando Fernán Gómez cuando cedió los derechos a una compañía de cómicos de la legua, Teatro Margen, para hacer la primera adaptación de su novela al teatro. Buen olfato porque logran un espectáculo maravilloso, nostálgico y desgarrador al convertir la peripecia de Carlos Galván en una representación de su propia existencia. Los Iniesta Galván son ellos mismos arrojados a una supervivencia incierta, a una realidad demoledora y a un mundo que les fagocita. El valor real de este espectáculo, además de una puesta en escena austera pero deliciosa, está en ese subtexto que se cuela por cada gesto, palabra o respiración de una decadencia impuesta e inevitable que palpita más allá de las hermosas palabras de Fernando Fernán Gómez. La realidad es la ficción misma y los cómicos vuelven a estar condenados a la extinción como si la maldición de Sísifo cayera sobre ellos una y otra vez.

El espectáculo es brillante. Salva con elegancia y buena mano su primer reto: construir una dramaturgia que sostenga la estructura. En este caso, la tarea resulta compleja, ya que es obligado realizar un tránsito entre géneros y encauzar tiempos y espacios de un texto extenso. Teatro dentro del teatro. Todo se construye a partir de un flashback que permite dibujar desde la memoria lo ocurrido. Recuerdos que como metáfora del teatro mismo brota entre la nostalgia y la frustración del fracaso. El protagonista, en un juego habilidoso con el tiempo, va componiendo los diversos cuadros de la escena, los sucesos de lo ocurrido, su peripecia vital que es la peripecia de una familia, una compañía, una existencia en un arte incomprendido, una crónica de un fracaso. Las entradas y salidas de los numerosos personajes apoyados por la utilización de algunos elementos expresivos son los componentes fundamentales para estructurar la narración escénica. El modo de contar es cercano a la sintaxis cinematográfica, pero con un respeto absoluto a la sustancia teatral. Clave es el trabajo con la luz, los efectos sonoros que definen atmósferas y situaciones e, incluso algunos efectos, como el humo que sirven de engranaje a los saltos continuos de espacio y tiempo.

Acostumbrados a grandes aparatajes escénicos y aunque Peter Brook defendiera el espacio vacío, nos asombra que un relato complejo como este se pueda materializar en la escena con apenas una plataforma y unos taburetes. Esta austeridad pondría nervioso a cualquier creador por el reto y las dificultades que implica. Aquí, se convierte en un acierto, ya que conecta directamente con esas compañías que como los Galvanes recorrían el país con un puñado de maletas y algunos baúles. Su oficio estaba en ellos mismos y en la composición de unos personajes que sin escenografía fueran creíbles, despertaran interés y la identificación del público con los mismos, además de sostener los trazos de la historia. Este modo de entender el oficio es la base fundamental del espectáculo diseñado por su director y dramaturgo, Arturo Castro. El planteamiento no solo es honesto sino también generoso en el homenaje que brinda a todo un teatro popular y a esos actores de oficio que se multiplican por los escenarios españoles. Sobre ellos, recae el peso de una obra que requiere recursos, concentración y escucha. Todo espacio vacío conlleva una ocupación y esa queda en manos, inmediatamente, de los actores. Aquí su importancia es radical, ya que sostienen el espectáculo. Acometen una magnifica interpretación coral pivotada entorno al protagonista, Carlos Galván-José Lobato, convertido en una especie de maestro de ceremonias, de punto de vista de lo que pasa. Narrador convincente, hilvana y se integra en los distintos cuadros, viajando permanentemente entre la vejez y la juventud y ejerciendo mil funciones en la forma y el fondo de lo que se cuenta.

Los actores ejecutan con precisión una dramaturgia que posee la virtud y la dificultad de desplegarse en dos géneros: la tragedia y la comedia. Asumir esta circunstancia no es fácil ya que exige una riqueza de matices importante y un manejo adecuado de los mismos. La presencia de ambos géneros afecta a todos los niveles: dramaturgia, composición escénica y lenguajes interpretativos. Se debe procurar las tensiones adecuadas en cada momento para que la obra circule por un espacio u otro. Esa precisión se consigue plenamente en esta propuesta convirtiéndola en algo hipnótico para el público. Se cuenta un fracaso enorme y vital, pero cada una de las situaciones se abordan con la complacencia del humor y cierto grado de farsa. A veces, demasiado presente en primer plano, mermando verosimilitud a las circunstancias que se recrean.

El viaje a ninguna parte es teatro en estado puro y una referencia imprescindible en los tiempos que corren. Bajo sus palabras y sus gestos, aparece ese silencio del pensamiento que nos hace preguntarnos de que sirve este oficio frente a las cosas importantes del mundo. Quizás, sólo Carlos Galván, tiene la respuesta.


Sinopsis


Equipo

Dramaturgia
Asier Andueza
Autoría
Fernando Fernán Gómez


Dirección
Arturo Castro
Ayudante de dirección
Marisa Pastor
Adaptación
Arturo Castro
Producción
Teatro Margen
Producción Ejecutiva
Marisa Pastor


Reparto
Alfonso Aguirre, Ángeles Arenas, Verónica Gutiérrez, José Lobato, Carlos Mesa, Patricia Pérez, Juan Manuel Roldán, José Luis San Martín
Escenografía
Teatro Margen
Construcción de escenografía
Teatro Margen


Iluminación
Rafa Monjas


Música
Guillermo Martínez, Estudios Eclipse


Fotografía
Paco Paredes






Vestuario
Azucena Rico


Realización de vestuario
A.Cuerdo, Javier Martín, Sombrerería Medrano


Diseño del cartel
Juan Manuel Román


Premios
Premios Oh 2006 al mejor espectáculo, mejor dirección, mejor actriz, mejor actor y mejor iluminación












Idioma
Castellano


Peluquería
Fashion Capilar




Fecha del Estreno: 24/02/2006

Teatro: Teatro Palacio Valdés

Sala:  -

Duración en minutos: 110

Género  Tragicomedia

En los Medios

Alberto Piquero, «Margen arrasa en los premios de teatro con El viaje a ninguna parte«, El comercio.

Saúl Fernández, “Margen recala en el teatro Clarín de Soto con El viaje a ninguna parte”,  La Nueva España.

Saúl Fernández, El viaje a ninguna parte” de “Margen” va a Bruselas, La Nueva España.

Ángela Iglesias, «Margen, cumpleaños feliz en Brusselas», La Nueva España.

Óskar Sánchez, «Los últimos cómicos de la legua», Noche de Rock.

Estudios académicos:

La Ratonera, nº 18


El viaje a ninguna parte

«La realidad es la ficción misma y los cómicos vuelven a estar condenados a la extinción como si la maldición de Sísifo cayera sobre ellos una y otra vez»

Juan Ignacio Mortera Martínez

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