Crítica de Un país sin descubrir de cuyos confines no regresará ningún viajero
Relata Alba Pujol al comienzo del espectáculo que, cuando su padre el profesor Josep Pujol, catedrático de Historia Económica de la Universidad de Barcelona, ingresó en un hospital en fase terminal, fue visitado por Alex Rigola para mantener una serie de conversaciones sobre las que se teje esta propuesta. En el marco del espectáculo, Alba será siempre la hija y conductora del relato, mientras que Pep Cruz adopta diferentes voces (con predominio de la del padre) para dar coherencia y carácter dialógico a la relación de hechos. Estos, desde la perspectiva de una muerte inminente, acometen diferentes temáticas: la situación socio cultural, la filosofía vital, los sentimientos hacia los más próximos, recuerdos de diversa índole, consejos de padre a hija, la vida frente a la muerte próxima: en definitiva, el repaso que se realiza cuando se convive con una persona inmersa en un proceso de quimioterapia con resultados poco esperanzadores. Subyace la visión del Dr Pujol, aunque filtrada por la concepción del dramaturgo y director, que aboga por una muerte digna y sin ningún sentido de trascendencia (final de la trayectoria vital de un individuo en un universo sin fin, que no se detiene).
En este contexto, el mayor mérito de Rigola reside, sin duda, en la ordenación de las conversaciones, la narratividad -ordenada por temas- que llega con sencillez al espectador y la transmisión de la idea de la muerte como un final lógico y cotidiano, mejor biológico, (ni excepcional, ni trascendente) que, por tanto, no debe ni inquietar, ni preocupar, bien por el dolor (los cuidados paliativos los evitan), por la preocupación de los que siguen (la vida continúa y Alba Pujol sobre la escena es el ejemplo), o por la inquietud de qué le ocurrirá al espíritu (concepto que se menciona) en el futuro, pues el pensamiento del moribundo se debilita cuando el cuerpo se extingue y este se formula con vaguedades que no inquietan (el largo vídeo del doctor Enric Benito, justifica desde su perspectiva médica esta cuestión). La muerte, en definitiva, es según Rigola, apoyado en el testimonio de Benito, un hecho biológico, cuando en realidad lo es también antropológico, ciencia que engloba el existencialismo, descalificado de un plumazo en los compases iniciales de la propuesta). En este contexto biológico, la muerte no debe ocultarse, ni maximizarse con tintes trágicos, y concebido de este modo parcial debe asumirse con estoicismo. Es una concepción “políticamente correcta” y ahuyentadora de miedos e incertidumbres, pero incompleta porque la dimensión antropológica, que no religiosa, está en el individuo en el final de su existencia, se quiera o no.
Releo lo escrito hasta ahora y me parece que describo la relación de una conferencia, que se atreve a afrontar un tabú, la muerte, y que habla del espíritu, no solo del cuerpo. Lo emocional arrastra, y más con el emotivo final de las cartas dirigidas por el padre a la hija que a mí me sobran por manifestación de impudor, y que ocultan el análisis de un espectáculo teatral. Rebobino y leo en mis anotaciones posteriores al espectáculo: se escuchan fragmentos o resúmenes de Sartre en una bajada de quilates de su filosofía existencial, de Cioran, de Handke, un fragmento de una película de los hermanos Cohen que distiende, y, tal vez, se me escape, alguna referencia literaria más, destinadas a dar empaque al producto. Ahondo un poco más y descubro algunas virtudes teatrales en este espectáculo, subrayo, emotivo, empático y aquietador de conciencias, que destaco, sumadas a otras esbozadas líneas arriba. Subrayo la selección y disposición de material con una progresión emocional evidente y efectiva, y una sabia mezcla de pasajes dispuestos para herir sentimientos, junto a otros que edulcoran o distienden (El gran Lebowski de los Cohen, por ejemplo), con unos terceros más crudos o filosóficos. Y un tempo ritmo, más teatral que conversacional, propio de una escenificación, que maneja con acierto, para detenerse ante cuestiones que le interesan y resaltar aquellas partes que recogen su manera de pensar: la cadencia del espectáculo es destacable. Asimismo, se percibe el trabajo con los actores, aunque pretende ocultarse: manifiestan las ideas del dramaturgo al decir el texto, sin énfasis, con serenidad y contención; pero hay también búsqueda de empatía emocional con el espectador con una interpretación minimalista en código realista, que se utiliza para fortalecer el intento de objetividad en la transmisión de ideas, pero los dos actores interpretan, no “son”.
No puedo terminar estas líneas sin una mención a un suceso que no me gustó. Algunos pocos espectadores abandonan la sala. Pep Cruz detiene la función y se encara con ellos: ¿salen porque están molestos? Son silenciosos en su salida: ni disturban ni molestan. Cruz hace gala de escasa profesionalidad, de un ensimismamiento que le sitúa por encima de los demás o de una superioridad sin cuento. No son formas de actor.
José Gabriel López Antuñano
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Sinopsis
Àlex Rigola recibió la propuesta de hacer una obra sobre la muerte. Y lo que salió fue, en realidad, una sobre el individualismo, el neoliberalismo, la familia, lo inmaterial, la humanidad, lo grupal, el existencialismo, la supervivencia, la amistad, el amor. En definitiva, un espectáculo sobre la vida a partir de la muerte.
Equipo
Alexandra Calvo, Ana Jota López, Elisa Lledó
Autoría
Àlex Rigola
Dirección
Álex Rigola
Producción
Sala Beckett, Titus Andrònic, SL, Heartbreak Hotel, Temporada Alta 2019
Producción Ejecutiva
Irene Vicente
Reparto
Alba Pujol, Pep Cruz.
Idioma
Castellano
Fecha del Estreno: 12/01/2021
Teatro: Teatro de la Abadía
Sala: Sala José Luis Alonso
Duración en minutos: 80
Género Drama
En los Medios Víctor M. Seoane, «Un país sin descubrir….» Vista teatral Ángel Esteban Monje, «ÀLEX RIGOLA ABORDA LA CUESTIÓN DE LA MUERTE CON OTRA PERFORMANCE DESLAVAZADA EN LA ESTÉTICA DE LA AUTOFICCIÓN» Kritilo Raúl Losánez, “Un país sin descubrir de cuyos confines…”, o cómo hacer frente a la muerte ★★★★✩» La Razón
Un país sin descubrir de cuyos confines no regresará ningún viajero
«Se percibe el trabajo con los actores, aunque pretende ocultarse: manifiestan las ideas del dramaturgo al decir el texto, sin énfasis, con serenidad y contención; pero hay también búsqueda de empatía emocional con el espectador con una interpretación minimalista en código realista, que se utiliza para fortalecer el intento de objetividad en la transmisión de ideas, pero los dos actores interpretan, no “son”.»
José Gabriel López Antuñano
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