Crítica de Todas las noches de un día

Zonia Lostaunau

Prácticas, Máster de Teatro y Artes Escénicas UCM

Zonia Lostanau – Máster en Teatro y Artes Escénicas UCM

Todas las noches de un día es poesía hecha espectáculo. Esta obra publicada en 2015 por Alberto Conejero y llevada a las tablas por Luis Luque está en el Teatro Bellas Artes hasta el 1 de marzo. Todo lo que se ve desde el primer segundo es hermoso, íntimo, puramente poético. La atmósfera está creada a partir del sonido de la lluvia, la iluminación, los silencios cargados de significado, el invernadero lleno de flores invisibles, un espacio solo para Silvia (Ana Torrent) y Samuel (Carmelo Gómez). Todo esto convierte esta puesta en poesía que también está cargada de oscuridad.

En todas sus dimensiones esta obra nos quiere dar a conocer la historia de un amor no correspondido. Sin embargo, dentro de un universo de amor y belleza, nos muestra la cruda realidad de alguien que decide dejar de respirar. Con una estética estilística narrativa poética se nos invita a dejarnos llevar e imaginar. A primera vista, se observa un invernadero lleno de flores invisibles descritas por Samuel, el fiel jardinero de Silvia, dueña de la casa donde él trabaja. La escenografía recurre a la menor cantidad de elementos y son los actores quienes se encargan de hacernos respirar el aroma de las flores y hasta tocarlas a través de discursos cargados de significado, de detalles, de mucho cuidado y sobre todo de amor. La iluminación juega un papel importante y está a cargo de Juan Gómez-Cornejo, quien remarca los recuerdos de Samuel en azul siempre que habla de Silvia y nos sumerge en una oscuridad cuando todo va llegando a su fin.

La obra inicia con Samuel siendo interrogado por la policía a causa de la desaparición de Silvia. No se sabe de ella hace días, nadie la ha vuelto a ver. A medida que Samuel está siendo interrogado, recuerda a Silvia y va describiendo detalle a detalle su relación con ella además de revelar poco a poco su paradero. Se podría decir que es la típica historia de un amor no correspondido entre el jardinero de la casa y la dueña. Sin embargo, el cuidado que tienen ambos actores para expresar sus sensaciones, los gestos utilizados, cada movimiento, cada transición de un estado anímico a otro, de un tiempo a otro o la capacidad de hacernos ver esas flores que no existen y recrear todo a partir del discurso, del manejo de la voz, la organicidad al decir cada palabra es simplemente admirable, digno de actores de su talla. Esta es la historia de un amor que no necesita tocar, es la historia de un amor que se respira y que, a pesar de no ser correspondido, sigue existiendo de forma incondicional.

Una puesta que nos lleva a preguntarnos: ¿Qué hacer cuando el amor es imposible, cuando te esfuerzas por amar a alguien y no lo consigues o cuando haces hasta lo imposible por ser amado? Samuel la ama tanto que no le importa que ella haga su vida fuera del invernadero, lo único que le importa es que ella encuentre paz consigo misma. Una paz que muchas veces no sabemos dónde encontrar e intentamos buscar allá afuera, cuando muchas veces la tenemos al lado. A pesar de todo, Silvia no lo ama, nunca lo amará, no se puede obligar a sí misma a amarlo, por más que lo intente. Samuel expresa que cuando nos negamos al amor, nos morimos por dentro, es como cuando una planta se seca de a pocos, día con día, noche con noche, durante todas las noches de un día.

La dirección de la puesta es muy cuidadosa, ya que dentro de la poesía que se respira se tocan temas cargados de oscuridad como la violación, el maltrato físico y el suicidio en un relato cargado de dolor que viaja del presente al pasado a través de la memoria y los recuerdos. Una dura y cruda memoria expuesta con la suavidad con la que se trata a una flor. Silvia no es más que un fantasma que Samuel revive a través de los recuerdos y que vive en su jardín para que siga hablando por todas partes a través de las flores, de las raíces, de la tierra… más allá de la muerte.