Del ritmo en el teatro: Pulmones, de Macmillan
Crítica de Pulmones
Iba uno no con todas las prevenciones del mundo a ver esta función del dramaturgo británico Duncan Macmillan, Pulmones (Lungs, 2011), en la Sala El Mirlo Blanco del Centro Dramático Nacional. Los prejuicios derivaban del reclamo sociopolítico de la historia, la candente cuestión del ecologismo, ligada a una visión apocalíptica del mundo, con las soluciones, entre ingenuas y sectarias, que a las agresiones a la naturaleza ofrecen ciertas ideologías. Que la causa mayor de ese movimiento tenga como adalid a una adolescente en edad de merecer, o sea, de estudiar y no impartir lecciones, lo dice todo acerca de la deriva que ciertas empresas, en principio loables, han tomado en estos tiempos posmodernos nuestros. La todopoderosa Corrección política está haciendo, por otro lado, un flaco favor al arte del siglo xxi, doblegándolo a su visión fanática y dogmática de entender el mundo. Muchos de sus seguidores han hecho de los escenarios caja de resonancia de estas ideas, la mayoría mostrencas y expuestas siempre de forma monológica y maniquea, es decir, sin la confrontación debida o ese agón a muerte que el teatro debe ser. De esta suerte, la escena corre el riesgo de convertirse en lo que Arnold Hauser, a propósito del plúmbeo y anodino teatro de la Ilustración, llamara «púlpito laico».
Sin embargo, al poco de iniciada la representación de Pulmones, los prejuicios desaparecen en virtud del diálogo trepidante entre dos personajes: hombre y mujer, marido y esposa, dos seres que se nombran A y Z, por la inicial de los nombres de los actores que los encarnan: curiosamente, la primera y última letras del alfabeto; acaso una reminiscencia del alfa y omega de la creación. Pero lo que conversan los protagonistas nos interesa, nos conmueve incluso, porque forma parte de nuestro vivir, y el diálogo deviene entonces en pura acción, que es lo mejor que puede decirse cuando de teatro hablamos. Nada de verborrea ni de prédica ideológica de bajo vuelo: diálogo ininterrumpido, sin concesiones, el de un texto sin pausa ni reposo que no cansa ni agobia. A María Caudevilla, traductora del texto y, como tal, verdadera recreadora del mismo, se le debe buena parte del mérito.
José María Esbec, el director, se ha encargado de darle a la pieza el ritmo que requería. Sin didascalia alguna que pudiera haberle ayudado a la hora de organizar tiempos, de delimitar secuencias, se ha valido de una austera pero eficiente escenografía para dejar que lo verdaderamente importante, el debate de la pareja en cuestión, luzca en toda su brillantez. Dos cintas de correr sirven extraordinariamente a ese propósito como imagen certera de un modo de vida que cuida mucho el cuerpo y no tanto la gimnasia mental. Aun así, A y Z, con sus idas y venidas, su encuentros y desencuentros, sus distancias y acercamientos (extraordinaria la resolución de las escenas eróticas), van poco a poco cautivando al espectador, haciéndole partícipe de sus problemas y, sobre todo, emocionándole, pues la emoción aflora a menudo, sobre todo en el clímax de la obra, con el amor como solución final. Todavía queda esperanza.
Zaida Alonso y Alberto Amarilla dicen sin desmayo un texto que no da tregua a la respiración. Saben, además, darle la variedad de matices que exige: desde lo humorístico a lo patético. En el que es, sin duda, su mejor puesta en escena hasta la fecha, Esbec resuelve con nota las dificultades de una pieza que, fuera de su interés acaso coyuntural, podría cansar y hasta aburrir al público: el aburrimiento, lo único que no puede permitirse un dramaturgo.
Javier Huerta Calvo, Universidad Complutense
Pulmones a pecho abierto en el Valle Inclán
Una pieza muy destacable que trata de fondo uno de los grandes problemas de la sociedad contemporánea
Se le atribuye a Freud decir que el eros (Lebenstriebe) y el thánatos (Todestriebe) eran las dos pulsiones básicas de la vida. Entre estas dos directrices discurre (casi quedaría mejor decir corre) Pulmones, una alegoría moderna sobre la vida como camino cuyo ritmo continuo logra dejar sin respiración al público.
La trama transcurre alrededor de las figuras de Zaida y de Alberto, pareja que deciden tener un hijo y se plantean las limitaciones sociales, éticas y ecológicas de traer unos nuevos pulmones al planeta. Encontramos múltiples reflexiones (muchas de ellas humorísticas) alrededor de los mitos del progresismo en cuyo marco mental se insertan los protagonistas: la constante referencia a lecturas y autores, la autoconciencia como una suerte de “élite intelectual” frente a aquellos que no piensan sobre decisiones importantes (sea tener un hijo o reciclar) o incluso la concienciación social en la toma de pequeñas decisiones burguesas. Con humor se nos desvanecen dos personajes que comienzan como estereotipos (él canta en un grupo de música indie, ella está acabando un largo doctorado sobre ciencias sociales) para devenir en humanos tras la incorporación de pequeñas tragedias y avatares (un aborto indeseado, infidelidades diversas, la vida). También, de forma irónica, ambos personajes, cuyas decisiones económicas están marcadas en un principio por su conciencia ecológica, acaban indefectiblemente en el fracaso: los grandes momentos de la obra tienen lugar en Ikea, en un Starbucks, dentro de un contaminante coche (donde se habla precisamente de la contaminación). Es en el error donde los personajes devienen humanos, profundamente humano.
María Caudevilla traduce y adapta del texto original de Duncan Macmillan a la realidad de la España actual. El lenguaje coloquial y directo del original Lungs (que ha sido producida en el Studio Theatre de Washington DC y que ha sido incluso dirigida por Katie Mitchell en la Schaubühne) es vertida con gracia, sin amaneramientos de traductor (esos cansinos “jodidamente jodidos” que suenan tan feos en castellanos) y con una clara búsqueda de acercar el texto y la situación de una pareja que, con otra traducción, podría quedar tan lejana como aquellos “amantes” de Pinter.
Por su parte, José María Esbec, un interesante joven director que dirige el Teatro Principal de Zamora (sito en el solar de un antiguo corral de comedias), aporta una concepción escenográfica limpia, sin grandes alharacas, que con unos tubos de aire comprimido, una pantalla de cristal (que rememora abiertamente el mito de Cupido y Psique y el de la separación de los amantes) y una videoproyección con juego de luces estroboscópicas que abren y cierran la obra. Asimismo, su dirección es virtuosa, el ritmo de la obra (que podría derivar en un melodrama con un tempo más lento) se convierte, gracias a unas escenas transicionadas con secuencias cortas y casi seguidas y elipsis dramatúrgicamente muy bien construidas (las de las separaciones de los amantes son excelentes) en un festín dialéctico. No deja de ser un mensaje oportuno esta semana: la oportunidad de salvar el planeta es la de salvarnos a nosotros.
El trabajo actoral de Zaida Alonso y Alberto Amarilla es muy destacable. Ante un texto sin transiciones en el que sus personajes transitan por todas las emociones en escenas que a veces necesitan un desarrollo naturalista y en otras ocasiones distanciamiento dramático no resultan deslavazados pese a la complicación técnica.
En breve, un gran trabajo, una pieza muy destacable que trata de fondo uno de los grandes problemas de la sociedad contemporánea (nuestra extinción dentro del planeta—el planeta sobrevivirá, como decía George Carlin, y nos expulsará como una enfermedad—) y dentro de un marco narrativo sobreexplotado (los dimes y diretes de una pareja) que encuentra, merced a una muy acertada dirección y adaptación, unos mimbres que modernizan un tema tan transido como importante: el amor y la muerte, la cuna y la sepultura, el alfa y el omega, Cupido y Psique, Alberto y Zaida…
Julio Vélez-Sainz
Director Instituto del Teatro de Madrid
Con motivo de su estreno en el Studio Theater de Washington en 2011, la crítica resaltó la originalidad de la obra, pero lamentó que sus personajes eran “clichés”. Efectivamente, este es el punto débil de una comedia que tiene, no obstante, muchos puntos a su favor. Los dos personajes sin nombre (en el montaje español se ha decidido nombrarlos solamente por la inicial de su nombre) son auténticos arquetipos de la juventud norteamericana actual, que en muchas cosas es igual que la europea: personas sin grandes problemas económicos, vagamente progresistas y preocupados por el futuro del planeta, simpáticos, cultos, inteligentes, sensibles… y dominados por la ansiedad. Son personajes cien veces retratados en la comedia norteamericana, tanto en el teatro como en el cine: herederos de las angustias e incertidumbres de Woody Allen.
Pero si por el diseño de sus personajes Pulmones no pasa de ser una más, la construcción de la historia es de un absoluto virtuosismo: la rapidez con que se pasa de una escena a otra, de un escenario al siguiente, la forma en que el tiempo se concentra o se expande a voluntad del autor revelan un sentido finísimo del ritmo narrativo por parte de un autor que juega magníficamente con las elipsis y los sobreentendidos. Esta técnica le permite ofrecer un epílogo en pocos minutos que resumen toda una vida.
Mantener este tipo de obra sin caer en la reiteración y sin hacer que el público se pierda necesita de dos actores extraordinariamente versátiles, capaces de pasar, como quería Cervantes, de la risa al triste llanto en décimas de segundo. Zaida Alonso y Alberto Amarilla están sobresalientes: bordan una interpretación llena de matices constantemente cambiantes a la vez que mantienen su personaje con sobriedad, sin caer nunca en la caricatura. La dirección de José María Esbec es un modelo de ritmo, de habilidad narrativa y de respeto al trabajo de los actores. Una escenografía simple, pero muy efectiva, adecuada para un espacio tan íntimo como el de la sala El Mirlo Blanco del CDN, un espacio sonoro ajustado y una iluminación muy centrada en los personajes sin alardes formales contribuyen a hacer de Pulmones un espectáculo de altísimo nivel.
Fernando Doménech
RESAD
Sinopsis
Si hemos experimentado la falta de oxígeno, reconoceremos que, durante nuestra agonía, el tiempo es fuera más sosegado; dentro, por el contrario, una vorágine. En esa vorágine de una inspiración contenida ocurre Pulmones (la vida): el drama de una pareja que se desestabiliza al plantearse el impacto medioambiental que implica traer un hijo al mundo. De este pensamiento nace la denuncia hacia la conciencia de una sociedad distraída –o quizá vencida– que elude responsabilidades al creer que todo está perdido y que ni siquiera indaga en qué somos y a dónde vamos. Con la conciencia ecológica como revulsivo contra el apocalipsis, Macmillan nos habla también del miedo, de la parálisis que provoca el conocimiento y del error como aprendizaje. Pero ante todo nos habla del amor: el amor como bálsamo. Estamos, pues, ante un epítome perfecto de nuestro tiempo o, en sus propias palabras, ante “una única conversación que abarca toda una vida”
Equipo
Autoría
Duncan Macmillan
Dirección
José Maria Esbec
Producción
Centro Dramático Nacional
Reparto
Zaida Alonso, Alberto Amarilla
Escenografía
José María Esbec, Petros Lappas
Iluminación
Tomás Ezquerra
Espacio Sonoro
María Caudevilla
Traducción
María Caudevilla
Video escena
Miguel Álvarez G.
Web
https://cdn.mcu.es/espectaculo/pulmones/
Idioma
Castellano
Fecha del Estreno: 19/11/2019
Teatro: Teatro Valle Inclán. Centro Dramático Nacional
Sala: Sala El Mirlo Blanco
Duración en minutos: 80
Género Drama
En los Medios Javier López Rejas, «Pulmones y los hijos del Antropoceno», El Cultural José Miguel-Vila, «Pulmones, ni contigo ni sin ti» Diario Crítico
Pulmones
«Zaida Alonso y Alberto Amarilla dicen sin desmayo un texto que no da tregua a la respiración. Saben, además, darle la variedad de matices que exige: desde lo humorístico a lo patético. En el que es, sin duda, su mejor puesta en escena hasta la fecha, Esbec resuelve con nota las dificultades de la pieza»
Javier Huerta
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