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FANTASMAGORÍAS DE COMALA

Crítica de Pedro Páramo

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Sergio Santiago Romero
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No es la primera vez que se lleva a escena Pedro Páramo, joya novelística de la cultura mexicana y una de las  expresiones más altas de la literatura hispánica del siglo XX. Por ello, los problemas que su adaptación teatral plantea no eran una novedad para Mario Gas y Pau Miró, director y versionista, respectivamente, de la adaptación que  ha podido verse en las Naves del Matadero durante el mes de octubre. La producción conjunta del Teatre Romea, el Festival GREC de Barcelona y el Teatro Español ha posibilitado que suba al escenario de la Nave 11 este montaje. Es un espectáculo de gran formato en cuanto a los medios y, al tiempo, teatro de cámara en cuanto a que son solo dos, aunque muy buenos, los actores que nos devuelven por un instante a la Comala rulfiana. Este contraste inicial —muchos medios para confeccionar un entramado intimista entre dos seres humanos que se hablan— es uno de los principales problemas del montaje, que tiende a despistarnos con pirotecnia —la videoescena, de la que luego hablaré, la opulenta escenografía, la música que frecuentemente aparece— del corazón de la obra: la palabra, casi sagrada para quienes amamos esta novela.

Pero vayamos más despacio y por partes. Lo mejor del espectáculo es, con casi total seguridad, la versión de Pau Miró, quien ha logrado adaptar a teatro —o lo que es lo mismo, a acción— una novela presidida por el monólogo introspectivo —es decir, por la no acción—. La selección de fragmentos no es nada fácil, porque cada pieza del rompecabezas rulfiano resulta esencial para poder seguir la trama, y en esta tarea Miró se ha desempeñado con auténtica maestría. Creo, eso sí, que ha pecado de conservador a la hora de respetar términos y expresiones mexicanas que no son transparentes para el espectador español. También incomoda un poco la vacilación arbitraria en las formas de tratamiento, que oscilan de España a México sin demasiado sentido. Creo que no hubiera pasado nada por evitar giros lingüísticos —el peculiar valor sintáctico de la preposición “hasta” en México, por ejemplo— que en un escenario español solo pueden redundar en un aumento de la confusión del público general. ¡Bastante confuso es ya el texto entendiendo todas las palabras! En cualquier caso, estos detalles no desmerecen una versión muy interesante que permite un tránsito agradable por la obra, me atrevería a decir que un viaje más liviano y fácil que el de su lectura.

El montaje es correcto, como no podría ser de otro modo viniendo de la mano de Mario Gas, pero me parece mucho más cuestionable que la versión del texto. Para empezar, porque la escenografía de Sebastiá Brosa no solo es excesiva, sino también ruidosamente convencional. Preside el escenario una pared semicircular que tiene como única finalidad servir a las proyecciones. Dos estructuras con escalera y rellano, móviles ambas, definen un espacio en altura bastante desaprovechado por los actores, mientras que el  suelo evoca el pavimento de una calle anegada por hojas muertas. ¿Y el espacio restante? Pues es ocupado por sillas, otro mobiliario y hasta por cintas de correr, en un intento desesperado por llenar un escenario demasiado grande que solo van a habitar dos actores.  El imaginario de la típica casa encantada del cine norteamericano lo inunda todo, lo des-mexicaniza todo, lo des-rulfiza todo. El verdadero espacio simbólico que la obra sugiere —el calor, la hondonada, la siniestra vacuidad de las calles desiertas— desaparece tras esta estética de Halloween hollywoodiense. Supongo, en cualquier caso, que a esta percepción no ayudó el hecho de asistir a la representación la noche del 31 de octubre. Pero… qué fácil habría sido encontrar en los pueblos de la llamada España vaciada espacios mortecinos y secretamente desolados para soñar Pedro Páramo. Con qué fluidez habríamos podido imaginar Comala a través de un pueblo perdido en las Hurdes, en León, en los maizales del norte.

La videoescena no aporta nada al montaje, y me refiero en específico a los ridículos esqueletos danzarines con los que se pretende recordar al espectador el carácter festivo que la cultura mexicana reserva a la muerte. La iluminación y la música, en cambio, creo que funcionan bien.

El otro punto espléndido del montaje, junto con la versión, es la interpretación de Pablo Derqui y Vicky Peña, que están soberbios en el afán de interpretar  cerca de una veintena de personajes entre los dos. Pienso que salen airosos de la tarea, y  que en general el público puede seguir bien quién habla en cada momento, aunque con toda probabilidad esa inteligibilidad se reduce sustancialmente cuando el espectador no ha leído previamente la novela. Con cuatro actores esta puesta en escena habría mejorado exponencialmente. Para empezar, el espacio sería más adecuado para ese número de intérpretes; para continuar hubiera sido más fácil desde el punto de vista del público identificar  a un protagonista —Juan Preciado— encarnado por un solo actor, mientras que otro actor masculino representara a Pedro Páramo, Miguel Páramo, Abundio y el resto de hombres. Por otra parte, dos actrices se repartirían los papeles femeninos. Vicky Peña los hace muy bien todos, pero es bastante chocante ver a la misma actriz representar a las oscuras y desagradables viejas de Comala y a la angélica Susana San Juan. También incomoda —y esto vuelve a ser un problema de dirección— que el único momento en que un actor emplea el seseo latino sea cuando Peña encarna a los revolucionarios cristeros, de bajo estrato social y muy poco instruidos. Asociar el acento mexicano con los personajes más bajos, reservando la castellanización para la dulcísima prosa del narrador, me parece un error seguramente no intencionado, pero no por ello menos error.

En conclusión, se trata de un montaje desigual, al cual habrían ayudado más ritmo, más actores, y menos, mucho menos aparato escénico. Basta ver alguna entrevista a Juan Rulfo —el gesto taciturno, el habla parca, el entrevistador sudando con el fin de arrancarle una frase larga— para comprender que con Pedro Páramo, como con tantas otras obras, menos siempre es más.


Sinopsis

Una de las obras fundamentales de la narrativa sudamericana del siglo XX, una historia de historias donde ternura y violencia se combinan para denunciar el abuso de los oprimidos y la corrupción, llega al escenario de la mano de un dramaturgo catalán.

Un hombre humilde, Pedro Páramo, llega a convertirse en el cacique de su pueblo, Comala, una pequeña localidad que él exprimirá y arrasará hasta convertirla en un pueblo fantasma. Hasta allí llegará, años después, su hijo, Juan Preciado, que volverá al pueblo, se cruzará con los fantasmas de quienes vivieron allí y descubrirá así quién era realmente su padre y cómo se aprovechó de los habitantes del pueblecito, incluyendo su madre. Es una historia sobre la corrupción que nos habla de los mecanismos del poder y de cómo se utilizan en todo el mundo para el propio provecho a partir de unos hechos que transcurren en una pequeña comunidad . La historia del padre, el hombre más importante y corrupto de Comala, y la de su hijo, que llega a la población cuando ya está desierta y solo se pasean por las calles las almas de quienes vivieron allí, se alternan en una estructura laberíntica. Ha creado la dramaturgia Pau Miró, un director y dramaturgo formado en el Institut del Teatre y la Sala Beckett que ya en 2015 se enfrentó al texto, dirigiendo una dramaturgia propia que tituló Comala y que se vio en el Almeria Teatre.


Equipo

Dramaturgia
Ramón Paso
Autoría
Juan Rulfo


Dirección
Mario Gas
Ayudante de dirección
Montse Tixé
Adaptación
Pau Miró, Mario Gas
Producción
Teatre Romea, GREC Festival de Barcelona, Teatro Español




Reparto
Pablo Derqui, Vicky Peña
Escenografía
Sebastià Brosa


Ayudante de escenografía
Paula Font, Francesc Colomina
Iluminación
Paco Ariza


Música
Orestes Gas
Espacio Sonoro
Orestes Gas








Vestuario
Antonio Belart
















Video escena
Álvaro Luna, Elvira Ruiz


Web
https://www.teatroespanol.es/pedro-paramo


Idioma
Castellano








Fecha del Estreno: 16/10/2020

Teatro: Naves Español en Matadero

Sala:  Sala Fernando Arrabal – Nave 11

Duración en minutos: 110

Género  Drama, Adaptación

En los Medios

Críticas

Julio Bravo: “Laberinto de pasiones”, ABC [7/10]

 

Eduardo Ruiz: “Pedro Páramo, un poético viaje de Juan Rulfo en las Naves del Español”, Revista Shangay, [10/10]

 

José-Miguel Vila: “Crítica de la obra de teatro ‘Pedro Páramo’: rencor vivo en Comala”, Diario Crítico [9/10]

 

Entrevista

Reportaje: Marcos Ordóñez, “Mario Gas: “Buscaos bien. Hay más””, El País


Pedro Páramo

«Lo mejor del espectáculo es, con casi total seguridad, la versión de Pau Miró, quien ha logrado adaptar a teatro —o lo que es lo mismo, a acción— una novela presidida por el monólogo introspectivo —es decir, por la no acción—.»

Sergio Santiago Romero

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