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Crítica de Paisajes para no colorear

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Mélanie Werder Avilés
ITEM-UCM

Era una de las grandes esperadas del Festival de Otoño en su 37 edición. La chilena La Re-Sentida, caracterizada por su ácido y provocador discurso, aterrizaba en el Teatro de la Abadía con su equipo de nueve adolescentes, a las órdenes de Marco Layera, para plasmar su Paisajes para no colorear.

En el escenario de la sala San Juan de la Cruz, a la izquierda: una casita de jardín, color rosa claro. A la derecha: una mesa de madera, tamaño infantil, con dos sillas. En tromba, irrumpe el elástico grupo. Empieza el desfile: las nueve adolescentes, algunas con una calidad actoral abrumadora, se presentan, tejiendo un panorama de estadísticas de las que son el rostro.

En Paisajes para no colorear, la adolescencia habla, en una sucesión frenética de situaciones, de denuncia. Historias de bulling, reflejos de machismo, crudas exposiciones de maltrato, de abuso, gritos sedientos, una búsqueda. Libertad y deseo. Cuadrando monólogos, con relato de cuentos, gritos, bailes, descubrimientos y anhelos frustrados por una autoridad a la que desafiar, la intensidad del relato se hace patente.

Las escenas de absoluta libertad adolescente, como la fiesta en la caseta proyectada en directo en la pantalla, así como el desatado momento punk cuasi final en el que el desahogo, la alegría, las pintadas, llenan la caseta rosa, son un chute energético innegable. El teatro vive, el teatro es joven.

Pero desde la estricta metodología documental, surgen algunas preguntas de cariz ético. Según el programa de mano, “el espectáculo es resultado de un largo y metódico proceso de investigación iniciado en 2016” al cual no se hace mención en ningún momento de la dramaturgia. Las sucesiones de escenas testimoniales, que no se sabe si son las historias reales de las protagonistas, testimonios del proyecto o de prensa, toman a la parte por el todo de una manera poco narratológica. La fragmentación de lo testimonial se mezcla con la duda que provoca la necesidad de recrearse en la violencia. El choque se consigue, pero con ¿qué objetivo? ¿Es necesario vivir una asfixia durante seis minutos? ¿Es necesario recrear las palabras cliché de un violador? ¿Es necesario narrar una violación de una niña de diez años como si fuera un cuento infantil? Lo básico de las explicaciones sobre algunas problemáticas, junto a algunos lenguajes de denuncia que asemejan a vídeos de propaganda que circulan por internet, desvirtúan el más que lícito mensaje. El público entiende el efecto coral, pero la necesidad de saber más sobre esas niñas ¿Cuál es el testimonio y cuál es la invención? ¿Es necesario que una joven llore abrazada al regazo de un voluntario del público reviviendo el conflicto con su padre?

La tosca manera en la que se traza la denuncia de la invisibilización y la violencia a la que se ven sometidas las jóvenes por el hecho de ser mujeres desvirtúa el mensaje. Es chocante, sí. Una muñeca inflable se ahorca. Choca, sí. Deja una dura carta de suicidio. Violenta, sí, de acuerdo. ¿Dónde está la línea entre la provocación teatral y un desfile descontextualizado de sucesos, como si de una recreación del extinto programa Gente en tve, se tratara?

Marco Layera pone un micrófono, regala un altavoz a la juventud, es necesario. Pero también sería necesario tejer unos márgenes teatrales para esa exhibición de fuerza, con gusto, con tesón, creando un espacio seguro desde donde las protagonistas puedan narrar sus historias habiéndolas transformado en eso, en historias, y no en traumas. La energía es necesaria, y el discurso final es conmovedor, el público en pie, emocionado. Las adolescentes no contienen la fuerza de la emoción que les atraviesa, las lágrimas de las jóvenes se suman a las del público. Nadie se quiere quedar sentado ante la aberración, pero ¿es legítimo el uso del sensacionalismo? ¿Sólo se puede transmitir lo crudo con crudeza?

Mélanie Werder Avilés

Universidad Complutense-Instituto del Teatro de Madrid


Sinopsis

Nueve jóvenes se suben a escena a exponer su forma de enfrentar el mundo y la barbarie de la que han sido testigos y víctimas.


Equipo

Dramaturgia
Celeste González
Autoría
Carolina de la Maza, Marco Layera


Dirección
Marco Layera
Ayudante de dirección
Carolina de la Maza


Producción
Carlota Guivernau, Centro Cultural Gabriela Mistral




Reparto
Ignacia Atenas, Sara Becker, Paula Castro, Daniela López, Angelina MIglietta, Matilde Morgado, Constanza Poloni, Rafaela Ramírez, Arwen Vasquez
Escenografía
Pablo de la Fuente




Iluminación
Pablo de la Fuente


Música
Tomás González
Espacio Sonoro
Alonso Orrego






Compañía
(Psicóloga) Soledad Guitérrez
Vestuario
Daniel Bagnara












Asesoría literaria
Anita Fuentes, Francisca Ortiz










Idioma
Castellano








Fecha del Estreno: 21/11/2021

Teatro: Teatro de la Abadía

Sala:  Sala Juan de la Cruz

Duración en minutos: 85

Género  Documento

En los Medios

Ángel Esteban Monje, «Paisajes para no colorear» Kritilo

Galia Bogolasky, «Es una obra que busca generar conciencia y lo logra con éxito» Culturizarte.cl

Manuel Sesma, «Generación Mujer» Artezblai

José Miguel Vila, «Paisajes para no colorear: la rabia incontenida de las mujeres chilenas» Diario Crítico

Trinidad Infante, «Paisajes para no colorear» Capital CL

 

 


Paisajes para no colorear

«Paisajes para no colorear es una obra cargada de potencia, con discursos muy ingenuos y gestos de fuerza que se evaporarán con el tiempo; aunque su denuncia pone sobre el tapete gravísimos problemas que requieren una solución urgente.»

Ángel Esteban Monje

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