Crítica de Las Bacantes

Diego Gil Zarzo

Máster de Teatro y Artes Escénicas UCM

Desde que llegas al patio de butacas, comprendes que lo que estás a punto de ver está fuera del espacio y del tiempo, los rituales son así.  Y podría decirse que Las Bacantes de Eurípides es la más parecida a un viaje iniciático de todas las tragedias griegas. Por un tiempo, nos hace formar parte de los ritos báquicos y del furor de las ménades desde la seguridad de la butaca. Pero ni siquiera allí estamos completamente a salvo. La versión que presenta Sennsa Teatro tiene, como ellos mismos indican, mucho de laboratorio. Con textos de Eurípides, Kieerkegard, Artaud, Maiakovski, Isaías, Camus, Kundera y Breton, se establece desde el primer momento un diálogo con  el dios del vino y del teatro de un ritmo tan intenso que en ocasiones se sacrifica la comprensión del argumento y uno opta por dejarse llevar con lo que está viendo. Esto se debe al gran peso coreográfico y musical que posee la obra. El protagonista en esta versión no es Dioniso, ni Penteo, es el coro de bacantes que da nombre a la obra y la sustenta.

En ocasiones alcanzando movimientos de acrobacia y circo, las bacantes, como si de un único cuerpo se tratase, juegan constantemente con una escenografía sobria pero versátil, consistente en dos andamios decorados con telas y algunas escaleras de mano decoradas del mismo modo, unas vasijas y una carretilla. La interpretación es tan intensa que resulta difícil distinguir escenas de coreografías, o si se trata de diálogos o cantos en griego. En cuanto al espacio sonoro, se combinan sonidos grabados con cantos corales en directo, que marcan al ritmo de la música los cambios de luces, con constantes juegos de luces y sombras. Aparentemente cómodo para facilitar los movimientos coreográficos y acrobáticos, el vestuario evoca la antigüedad pero de manera sutil, en realidad podría tratarse de cualquier época. Confeccionado para combinar vestidos rituales y cuerpos desnudos, las bacantes aparecen durante casi toda la obra como sacerdotisas cretenses con los pechos al aire y faldas formadas por un gran número de pañuelos de colores rojos y negros.

El mayor acierto de la producción es el trabajo de coro realizado por las bacantes y la coreografía acrobática que llevan a cabo junto al dios. Por el contrario, este exceso sensorial hace que seguir la historia se vuelva especialmente difícil a quienes no conocen el argumento de antemano. Para concluir, la palabra que podría definir esta representación es “impactante”, al finalizar sientes que has formado parte de un ritual vetado a ojos profanos.

Diego Gil Zarzo

Instituto del Teatro de Madrid