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Un espectáculo de narices

Crítica de La nariz

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Jara Martínez Valderas
ITEM-UCM

En su impagable ensayo Los europeos, Orlando Figes explica que cuando en 1852 murió Nikolai Gógol, el también escritor Iván Turguénev escribió a su amiga y cantante de ópera Pauline Viardot que el difunto autor de La nariz «nos reveló a los rusos a nosotros mismos».
El citado relato gogoliano, incluido en Cuentos de San Petersburgo, sirvió de base para la primera ópera de Dmitri Shostakóvich. Estrenada en 1930, La nariz es una mordaz sátira del ninguneo, una comedia negra poblada de grises funcionarios, ociosos periodistas y ridículos policías. En definitiva, una parodia esperpéntica sobre los absurdos y kafkianos laberintos de las administraciones públicas. Puro sarcasmo tragicómico, con la ya consolidada mordiente habilidad musicoteatral del futuro autor de Lady Macbeth del distrito de Mtsensk.

El cuento de Gógol es de 1842 y la ópera, aunque tardó dos años en estrenarse, se concluyó en 1928. Las cosas no habían cambiado tanto porque, a pesar de que el relato se ubica en el contexto del reinado del zar Nicolás I, la inoperancia persistía en una Rusia metamorfoseada en dictadura soviética cuando Shostakóvich puso la doble barra conclusiva a su partitura. Además, lo hizo influenciado por el espíritu crítico y antiacadémico de Meyerhold, cosa que sin duda alguna pesaría sobre los comisarios de turno para prohibir las representaciones de una ópera que, hasta 1974, no se reexhumó en la URSS.

Con buen criterio, el Teatro Real ha programado este mes de marzo siete funciones de la obra, en coproducción con la Opera Australia, la Komische Oper de Berlín y la Royal Opera House de Londres. Capitanea el montaje Barrie Kosky, un director de escena que cuenta en su haber con más de treinta de espectáculos operísticos. Recordemos, por cierto, que fue el primer regista judío en montar un espectáculo en Bayreuth (Die Meistersinger von Nürnberg en 2018) y que en Madrid vimos su maravillosa producción de La flauta mágica (2016 y 2020).

Si en el espectáculo sobre la ópera de Mozart el cine tomaba un protagonismo indiscutible, su versión de La nariz persiste en los referentes fílmicos: y es que en su lectura de la obra de Shostakóvich, Kosky alienta un ritmo trepidante, como si se tratara de un slapstick de Mack Sennett: las escenas de los policías, por ejemplo, son alusiones directas a los cops de los cortos del cineasta canadiense. Y si en La flauta mágica asomaban la cabeza Buster Keaton, Louise Brooks o Nosferatu, en La nariz son Mack Swain o Ford Sterling los que ocupan el escenario, ante un sufrido Kovaliov en búsqueda permanente de su apéndice nasal, inexplicablemente perdido.

El espacio escénico, diseñado por Klaus Grïnberg (también responsable de la iluminación) se basa en un ambiente abierto, flanqueado por un muro externo que se cierra como un cache circular cinematográfico, y que deja correr a personajes y situaciones, así como a la maravillosa coreografía de Otto Pichler, siempre con el brillante y vistoso vestuario de Buki Shiff.

El montaje es trepidante, ágil, aparentemente caótico y en definitiva hermoso. Hay unidad de tono a la hora de plasmar lo absurdo de la situación, en claras alusiones al dadaísmo y al lenguaje del cabaret para una ópera que se basa sobre todo en el antisentimentalismo. Y los treinta intérpretes (¡al servicio de ochenta y nueve personajes!) se mueven con precisión milimétrica sobre el escenario del Real. Unas veces como autómatas o marionetas sin hilos, otras con gestos estereotipados y en pocas ocsiones con mimético realismo, y siempre bajo la atenta batuta de Mark Wigglesworth desde el foso y ante la orquesta y el coro titulares del teatro madrileño.

No vamos a desgranar la tarea musical de los cantantes, pero sí a destacar el gran trabajo de Martin Winkler, «cantactor» austriaco que despliega un surtido variado de matices al servicio del sufrido personaje protagonista, Platon Kuzmitch Kovaliov, en permanente búsqueda de una nariz que un día desaparece sin explicación alguna y que al cabo de unos días vuelve a ocupar su lugar, y sin que tampoco se dé una razón lógica para ello.

En el relato de Gógol, el último párrafo reza: «¿Dónde no existen cosas absurdas? Y, sin embargo, si reflexionamos sobre lo sucedido, veremos que, en efecto, hay algo. Digan lo que quieran, en el mundo se dan semejantes sucesos… aunque raras veces, pero suceden». El montaje de Kosky hace una velada alusión a este fragmento, con la presencia de la presentadora Anne Igartiburu. Quizá sobraba este apéndice, al tiempo que resultan de gran eficacia las dos intervenciones de espectadores «espontáneos» que al inicio del espectáculo abandonan el teatro porque -dicen- ellos han venido «a escuchar La traviata y no esa mierda en el Real». Autocrítica, parodia del género, concesiones y licencias para una ópera que, casi cien años después de su composición, sigue interpelándonos, como un texto de Peter Handke: sin insultar al público, pero torpedinando la línea de flotación de lo políticamente correcto.


Sinopsis

Con un reparto de 89 roles –distribuibles en un no menos mastodóntico reparto de 33 cantantes– y una acción de ritmo casi cinematográfico, La nariz supone un reto descomunal para cualquier teatro de ópera por su complejidad logística y una estimulante «pesadilla» para su director de escena. Basada en un cuento de Nikolái Gógol y estrenada en Leningrado en 1930, la obra fue retirada pronto de la circulación debido a los ataques de la Asociación de Músicos Proletarios de Rusia y la partitura no volvió a subir a un escenario soviético hasta 1974, solo un año antes de la muerte del compositor. El sarcasmo –rayano con el teatro del absurdo– del libreto y la «música sin estructura musical» –influenciada por la biomecánica de Meyerhold– de la partitura sostienen un espectáculo tan ácido en su contenido como rabiosamente moderno en lo musical.

El estreno en el Teatro Real de esta ópera de culto llegará de la mano de una celebrada e irreverente producción del australiano Barrie Kosky –firmante de la última Flauta mágica exhibida en este coliseo y declarado fan de esta obra desde sus años de estudiante–, diseñada a la altura de las grotescas peripecias del gris y pomposo burócrata que la protagoniza.


Equipo



Autoría
Dmitri Shostakóvich, Yevgueni Zamiatin, Gueorgui Ionin, Aleksandr Preis, Nikolái Gógol


Dirección
Mark Wigglesworth (musical), Barrie Kosky (de escena)




Producción
Teatro Real, Opera House, Komische Oper Berlin, Ópera Australia




Reparto
Martin Winkler, Alexander Teliga, Ania Jeruc, Andrey Popov, Dmitry Ivanchey, Vasily Efimov, Agnes Zwierko, Iwona Sobotka, Margarita Nekrasova, Simon Wilding, Milan Perišić, David Alegret, Gerard Farreras, Ihor Voievodin, Isaac Galán, Luis López Navarro, José Manuel Montero, David Sánchez, Cristian Díaz, Juan Noval-Moro, Roger Padullés, Josep Fadó, David Villegas, Íñigo Martín, Néstor Pindado, Cristina Herreras, Ígor Tsenkman, Claudio Malgesini, Alexander González, James Ellis, Anne Igartiburu
Escenografía
Klaus Grünberg




Iluminación
Klaus Grünberg
Movimiento
Otto Pichler
Música
Dmitri Shostakóvich










Vestuario
Buki Shiff




















Web Oficial
https://www.teatroreal.es/es/espectaculo/nariz


Idioma
Ruso








Fecha del Estreno: 13/03/2023

Teatro: Teatro Real

: 

Duración en minutos: 110

Género  Ópera, Musical

En los Medios

Majo Pérez, «Una ópera de tres pares de narices, un montaje con olfato», Operaworld.es

Javier Blázquez, «El Teatro Real saca comedia de ‘La nariz’ que acomplejó a Shostakóvich», El mundo.

Rubén Amón, «‘La nariz’ de Shostakovich irrita y apasiona en el Teatro Real», El Confidencial.

David Barreira, «El Teatro Real salta al metaverso: así puedes ver la ópera ‘La nariz’ como si fuese un videojuego», El Español.


La nariz

«La nariz es una mordaz sátira del ninguneo, una comedia negra poblada de grises funcionarios, ociosos periodistas y ridículos policías. En definitiva, una parodia esperpéntica sobre los absurdos y kafkianos laberintos de las administraciones públicas.»

Jara Martínez Valderas

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