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Esperando a Godot

Crítica de Esperando a Godot

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Eulalia Piñero Gil, Zonia Lostanau
UAM, Máster de Teatro y Artes Escénicas UCM

 

Esperando a Godot

En 1952 el dramaturgo irlandés Samuel Beckett (1906-1989) publicó En attendat Godot en francés y en 1953 estrenó la obra en París con una puesta en escena del genial Roger Blin. Tres años más tarde, Beckett tradujo la obra al inglés, Waiting for Godot, y la estrenó en Londres y en Dublín en 1955. No cabe duda de que la estupefacción y el asombro que esta obra transgresora provocó en su estreno y su rápida diseminación por Europa y los Estados Unidos fueron la semilla del éxito incuestionable que Esperando a Godot le proporcionó a Samuel Beckett. La obra, como cabía esperar, tuvo al principio una recepción desigual entre el público: los detractores destacaban el sinsentido de la espera, el carácter absurdo y oscuro de la trama, la desesperanza de los protagonistas y la grotesca relación entre Vladimir y Estragón, por un lado, y Pozzo y Lucky, por otro. Sin embargo, los que quedaron totalmente cautivados por la tragicomedia ponían de manifiesto la renovación total del teatro que proponía el dramaturgo en cuanto al lenguaje, la dramaturgia y la escenificación rupturista que indicaban las acotaciones, la forma innovadora de la obra por su concisión y su poética de las imágenes en la escena, la estética del fracaso, la reflexión sobre la existencia humana y las limitaciones del lenguaje. Tal y como ha señalado Antonia Rodríguez Gago, traductora y experta en el teatro beckettiano, la obra “es simplemente ‘la historia’ de una espera. Mientras sus protagonistas Didi y Gogo esperan a Godot, tienen que matar el tiempo haciendo algo, y ese ‘algo’ que hacen es la estructura de la pieza” (2006:51). Se ha escrito mucho sobre el significado y las implicaciones de una obra teatral universal que permanece y permanecerá para siempre enigmática e insondable, a pesar de que hayan transcurrido casi setenta años desde su publicación y estreno. Precisamente su gran atractivo y virtud atemporal es que adquiere un significado nuevo dependiendo de la época, el momento histórico en el que se represente y la audiencia que asista a la puesta en escena. Del mismo modo, cada público puede interpretarla de forma diametralmente distinta. Como ejemplo de esta realidad, hay que mencionar que Esperando a Godot se interpretó en la famosa prisión de San Quintín, en San Francisco, el 19 de noviembre de 1957 ante una audiencia de más de mil presos. La obra cosechó un auténtico éxito entre los asistentes quienes se identificaron de inmediato con lo que contemplaron en escena. En especial, con la experiencia de vivir entre rejas el tiempo de la condena y de hacer todo lo posible por pasar esa etapa de reclusión de la mejor manera. Asimismo, identificaron a Godot con la sociedad, o con la libertad, dependiendo de cómo cada uno de ellos interpretara la obra. También se suscitó entre los presos una inmediata identificación con los protagonistas que esperaban a que algo ocurriera y trataban de pasar el tiempo con todo tipo de ocurrencias.

Los protagonistas Estragón y Vladimir hablan continuamente y, en ocasiones, ni siquiera tienen la intención de comunicarse. Es como si los sucesivos intentos de establecer un diálogo coherente fueran frustrados porque realmente les aterra quedarse solos y tener que soportar un silencio que les horroriza y les lleva a tener ideas descabelladas. De hecho, la pareja estelar de la obra intercambia monólogos que suenan a conversación cuando en realidad no es así. En palabras de Jenaro Talens, asistimos a “un simulacro de diálogo” (1979:95) y si los espectadores esperan que algo suceda no es lo que ocurre porque “aquí la espera se traslada al escenario y lo que ahora contemplan es el propio espectáculo de su espera inútil de un significado que nunca ha de llegar” (Talens 1979: 95).

La génesis de la obra o quizás la experiencia que marcó la vida de Beckett de una manera impactante fue un hecho de inusitada violencia que le sucedió cuando vivía en París en 1937. El escritor estaba paseando con unos amigos y un mendigo que pedía limosna lo apuñaló en la calle y casi estuvo a punto de matarlo. Al salir del hospital, Beckett visitó a su agresor en la cárcel y le preguntó que por qué lo había hecho y el mendigo le contestó: “No lo sé, señor”. El impacto de la respuesta, sin duda, le hizo tomar conciencia de una manera brutal sobre el carácter absurdo y arbitrario de muchos hechos humanos y esta realidad, que vivió en sus carnes y que casi le costó la vida, aparece una y otra vez en su obra. De hecho, el muchacho mensajero de Godot repite esta frase: “Je ne sais pas, Monsieur”, “No lo sé, señor” (1984:118). Hay que señalar que la arbitrariedad y la desesperanza, constituyen aspectos fundamentales de Esperando a Godot, pero también hay que destacar el papel tan importante del humor, el juego y el juego escénico de sus protagonistas con sus sombreros y botas o con las zanahorias y los nabos que se afanan en comer. No en balde Beckett confesó que había escrito una obra “horriblemente cómica” para payasos y lo cierto es que se ha llevado a escena en muchas ocasiones con una escenografía circense y con los actores caracterizados como payasos.

En la representación y la puesta en escena de Esperando a Godot del Teatro Bellas Artes, bajo la magnífica dirección de Antonio Simón, se consigue incorporar sutilmente el humor, la camaradería, el afecto, el dolor, la frustración, la desesperanza y la vulnerabilidad de los protagonistas Vladimir y Estragón cuya amistad sobrevive a pesar de todas las contingencias de su angustiosa espera. En cierto modo, el tiempo monótono y tedioso de la espera no es más que trasunto del transcurso del viaje azaroso de la vida. En el acertado montaje escénico, a cargo de Paco Azorín, se hace hincapié en esta dimensión existencial con la presencia de dos vías del tren que confluyen, pero que se separan y cuyo final se visualiza en escena. Esas vías por las que, en ocasiones, circulan físicamente los protagonistas están cortadas, en suspenso, como los protagonistas que esperan y desesperan hasta que al final deciden marcharse después de su inútil espera. El discurrir de estos amigos por la vida es un largo o corto pasaje hacia la única certeza de la muerte y durante ese camino proceloso intentan llenar el tiempo con todo lo necesario para no sucumbir. En efecto, en los monólogos se menciona en muchas ocasiones el suicidio y se escenifica de forma visual precisamente con el omnipresente árbol que está marchito y, en este sentido, Vladimir advierte: “Nos ahorcaremos mañana. A menos que venga Godot” (1984:121).

El trabajo de interpretación que hacen todos los actores de este estupendo montaje es muy meritorio y aquí hay que poner de manifiesto que Pepe Viyuela, Alberto Jiménez, Juan Díaz, Fernando Albizu y Jesús Lavi están magníficamente caracterizados y cumplen su misión interpretativa de forma loable y equilibrada. En especial, merecen una mención destacada Pepe Viyuela y Alberto Jiménez que realizan un auténtico tour de force interpretativo. Ambos incorporan el humor y el dramatismo de la tragicomedia beckettiana de manera magistral porque son capaces de cambiar de registro de forma sutil con un dominio de los recursos gestuales realmente sorprendente. Por otro lado, su interiorización de la obra se ve reflejada en el manejo escénico de los silencios beckettianos y en la significación que se le otorga a los cuerpos en escena al adoptar múltiples posturas, gestos y pantomima que escenifican la expresividad de la poética de las imágenes de Beckett.

En suma, este montaje  de la obra más universal de Beckett es excelente en todos los sentidos y refleja un profundo conocimiento tanto de la poética teatral del autor como de la obra en todos sus aspectos escénicos. Por lo tanto, el equipo artístico y técnico de la obra merecen, sin lugar a dudas, nuestro aplauso más efusivo por haber llevado a escena una de las obras más complejas de la vanguardia teatral del siglo XX que desfamiliariza y cuestiona nuestras expectativas sobre el teatro como texto literario y espectáculo, tal y como pregunta Estragón: “¿Cuál es nuestro papel en este asunto?”.

 

Referencias

Beckett, Samuel. Esperando a Godot. Traducción de Ana María Moix. Madrid: Tusquets, 1984.

Rodríguez Gago, Antonia. “Introducción”. Los días felices de Samuel Beckett. Madrid: Cátedra, 2006.

Talens, Jenaro. Conocer a Beckett y su obra. Barcelona: Dopesa, 1979.

 

Eulalia Piñero Gil
Profesora Titular de Literatura Anglo-norteamericana
Departamento de Filología Inglesa
Universidad Autónoma de Madrid

Crítica teatral de Esperando a Godot

¿Cómo pasa el tiempo cuando uno se divierte?

Zonia Lostanau, Máster en Teatro y Artes Escénicas UCM 

Esperando a Godot, un clásico de Beckett que nos invita a reír y reflexionar sobre el mundo en el que vivimos y que nos deleita con una estrategia estética estilística abstracta simplificada o simbólica, ya que no sabemos si árbol seco que está presente durante toda la obra cumple únicamente la función espaciotemporal o si cumple una función simbólica en relación al paso del tiempo y al estado interior de los personajes o ambas.

Esta obra relata la interminable espera de dos vagabundos, Vladimir (Alberto Jiménez) y Estragón (Pepe Viyuela), quienes mantienen una conversación irrelevante al lado de un árbol en la cuneta de un camino para matar el tiempo mientras llega Godot. Al cabo de un rato, aparecen por el camino dos personajes extraños, Pozzo (Fernando Albizu) y Lucky (Juan Díaz), amo y criado (llamado muchas veces como “cerdo”), que se entretienen un rato hablando con los dos vagabundos. Más tarde, llega un muchacho (Jesús Lavi) que les dice que Godot no llegará hoy, sino al día siguiente. Godot jamás llega y todo termina como empezó… esperando.

Todos los presentes vamos a esperar eternamente a un Godot que nunca llegará. Sí, solo vamos a esperar. Sin embargo, no moriremos en el intento, ya que esta larga espera está llena de risas y reflexiones que atrapan al espectador desde el comienzo. Centrándonos en el tema de las risas, el humor surge de las tonterías y las torpezas de sus personajes, que al mismo tiempo nos hacen reflexionar sobre la naturaleza humana. Por ejemplo, el sombrero es el símbolo del pensamiento que genera risas y reflexión. En un determinado momento, Pozzo le coloca el sombrero a Lucky, quien lleva una cuerda en el cuello, y le pide que “piense”. Una vez que Lucky tiene el sombrero en la cabeza, comienza a pensar y una vez que se lo quitan… vuelve a un estado inerte. Esto genera risas, ya que el paso de pensar a no pensar y que esto dependa de Pozzo y a veces de Estragón, quien solo pide que Lucky baile, nos lleva a reflexionar y ver que la libertad está dentro de nuestras cabezas. Sin embargo, vivimos en un mundo donde se manipula la información y solo queda en nosotros decidir pensar por cuenta propia o decidir quedarnos con lo que se nos ordena o se nos dice. Este elemento nos lleva a detenernos en lo siguiente: ¿Estamos pensando por cuenta propia o estamos siendo influenciados por alguien más?

Una puesta que invita a ponerse en los zapatos del otro. A ver a través de los ojos del otro, o de los tantos otros que existen en nuestra sociedad. Otros que sufren en silencio, en un silencio que grita pidiendo auxilio y que somos incapaces de oír porque vivimos sumergidos en nuestras propias distracciones. Además, esta puesta refleja una búsqueda constante de entretenimiento, tal vez para matar el tiempo, tal vez porque todos vivimos a la espera de algo y lo único que hacemos es sentarnos y esperar, y mientras lo hacemos, el tiempo no se detiene. Un entretenimiento involuntario por parte de los actores. El público ríe con las torpezas de Estragón, mientras al lado está Lucky, con los ojos llorosos y una tristeza que se refleja en todo su ser. Muchas veces elegimos reír antes que tratar de comprender y ver a quién está sufriendo a nuestro lado.

En esa espera, nos mecanizamos, nos adaptamos a lo ya establecido, nos divertimos con lo que se nos ofrece y, finalmente, nos conformamos…el tiempo pasa y muchas veces, nos mata. Con un Todos estamos locos, pero algunos continúan siéndolo, Estragón nos invita a reflexionar sobre la locura que cada uno posee. Esa locura a veces mal vista por la sociedad, que ya tiene sus parámetros establecidos. Una locura que jamás debería desaparecer y que debería ser nuestro motor para continuar siempre con nuestros ideales. Tal vez el árbol represente solo un lugar en el mundo, tal vez signifique el paso de la vida y como esta se seca cuando el ser humano solo se sienta a esperar y no lucha por sus ideales, dejando que el poder lo ahorque cada vez que quiere libertad.

 


Sinopsis

En un camino en el campo dos vagabundos, Vladimir (Didi) y Estragón (Gogo), esperan en vano a un tal Godot que les ha citado. Durante la larga y monótona espera conversan para pasar el tiempo y lo único que altera su discurrir rutinario es la aparición de Pozzo, un ser cruel y déspota, que lleva atado con una cuerda a su esclavo Lucky quien le lleva el equipaje. Finalmente, un muchacho les informa a Vladimir y a Estragón que Godot no vendrá, pero que mañana seguro que sí.


Equipo

Dramaturgia
Susana Mercado
Autoría
Samuel Beckett


Dirección
Antonio Simón
Ayudante de dirección
Gerard Iravedra


Producción
Pentación Espectáculos
Producción Ejecutiva
Jesús Cimarro


Reparto
Pepe Viyuela, Alberto Jiménez, Juan Díaz, Fernando Albizu, Jesús Lavi
Escenografía
Paco Azorín




Iluminación
Pedro Yagüe




Espacio Sonoro
Lucas Ariel








Vestuario
Ana Llena






Diseño del cartel
Javier Naval
















Idioma
Castellano








Fecha del Estreno: 21/11/2019

Teatro: Teatro Bellas Artes

Sala:  -

Duración en minutos: 110

Género  Teatro del absurdo

En los Medios

Antonio Castro, «Esperando a Godot… que nunca llega» Madrid Diario

Mayelit Valera Arvelo, «Esperando a Godot, más realista que absurda» Todosalteatro.com

 


Esperando a Godot

 «El discurrir de estos amigos por la vida es un largo o corto pasaje hacia la única certeza de la muerte y durante ese camino proceloso intentan llenar el tiempo con todo lo necesario para no sucumbir.»

Eulalia Piñero Gil

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