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El espejo: la cabeza de Medusa que nos pone fin a todos

Crítica de El castigo sin venganza

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Julio Vélez Sainz, Miguel Ángel Jiménez Aguilar, Fernando Doménech, Zonia Lostanau
ITEM-UCM, SELITEN@T-UNED, ITEM-RESAD, Prácticas, Máster de Teatro y Artes Escénicas UCM, ITEM-UCM

 

 

 

Helena Pimenta se despide a lo grande de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. El castigo sin venganzaes una obra grande, producto de un genio en el culmen de su vida. Lope la escribe con 69 años, poco antes de morir. En ella nuestro autor culmina una búsqueda de la gran tragedia que le ha llevado a experimentar múltiples posibilidades. Tras probar con tragedias de honor pastoril colectivo como Fuenteovejuna, tragedias de honor rural individual como Peribañez, tragedias que son, abiertamente, “tragicomedias”, como El caballero de Olmedo, pareciera como si, al final de su vida, se diera cuenta de que tiene que volver a los orígenes: la tragedia ha de ser en palacio. Estos son los fundamentos de la mejor y más profunda de sus obras trágicas. Estos son los fundamentos de los que parte una magistral puesta en escena.

 

Como explica Antonio Carreño en su edición, el acto I se plantea a la manera de la comedia galante: una dama noble, a cuyo amor aspira un caballero, aunque está destinada a otro. La ironía trágica consiste en que la dama es la madrastra del caballero y el «otro», su padre. El acto II intensifica el conflicto hasta la realización del amor adúltero e incestuoso, que recuerda a Fedray otras grandes heroínas trágicas. En el acto III se produce el conocimiento (anagnórisis) de la transgresión sexual y el cumplimiento del castigo sin venganza.

 

La temática trágica continúa en la escenografía, la cual se abre con un giratorio y unaserie de gasas que hicieran un juego casi de espejo, de transparencias.Imitan las gasas unos peristilos de corte barroco que enmarcan una gran historia con una de las temáticas favoritas de la tragedia clásica: el incesto.

 

En las primeras escenas se nos presenta al protagonista, el Duque de Ferrara, ataviado como si de un jefe de un clan mafioso se tratara. De hecho, la equiparación entre el clan nobiliario y el mafioso inspira uno de los hallazgos más interesantes de la escenografía: una silla de barbero que ejerce la función de trono a la par que subraya la sensación de inestabilidad e incomodidad del poder. Joaquín Notario está, como siempre, notable en su interpretación, aunque tuvo algún lapsus en la función que fui yo a ver, el estreno.

 

La duquesa Casandra‎es uno de los aciertos de la obra, interpretada por Beatriz Argüello, muestra la sensualidad y el decoro necesario de alguien que se sabe víctima de las circunstancias. Pimenta nos recuerda la presentación de Casandra como una Venus humanizada al situarla, como si de un cuadro barroco se tratara, rodeada de agua y colgada de un palenque. Asimismo, se desviste en público lo que subraya la sensusalidad del personaje. Aunque la caracterización de Rafa Castejón como Federico puede presentar dudas al respecto de la edad del personaje, el actor las resuelve con dignidad. Nuria Gallardo, como Aurora, y Carlos Chamarro, como Batín, están estupendos, como siempre. Llama la atención la resolución de Batín, en la última producción del Castigo, dirigida por Ernesto Arias para Rakatá, Jesús Fuente hacía un interesante Batín consejero del Duque, que es sustituido por un gracioso más tradicional en esta. El ritmo está muy bien marcado y el verso se dice correctamente, sin que llegue a llenar la escena ni quedar sordo (las dos peligrosas tendencias del teatro clásico en las tablas contemporáneas). El vestuario presenta reminiscencias del periodo inmediatamente anterior a la Primera Guerra Mundial y resulta interesante en cuanto establece conexiones entre el Barroco y el siglo XX. Las referencias al vestido Delphos, una prenda de seda de minúsculo plisadoy de aire griegocreado por Mariano Fortuny en 1909 que porta Casandra contrastan con los uniformes militares de los protagonistas masculinos: Marte y Venus en escena.

 

Merece destacarse el espejo que corona la escenografía. Símbolo de la verdad y del teatro (“espejo de las costumbres”) permite a Aurora entender lo que ocurre. Un espejo corona la escena y presenta una continuidad con la temática trágica: la obra se convierte en un barroco juego de espejos verbal donde las intrigas se presentan oralmente (el abandono de Casandra tras la noche de bodas, la guerra, el amor de Casandray Federico, y de la muerte de ambos). No en vano Lope decía en su Arte nuevo que:

 

es la comedia un espejo

en que el necio, el sabio, el viejo,

el mozo, el fuerte, el gallardo,

el rey, el gobernador,

la doncella, la casada,

siendo al ejemplo escuchada

de la vida y del honor,

retrata nuestras costumbres…

(vv. 215-225)

 

El núcleo de convicción dramática de la obra es la concepción del duque como personaje trágico, es decir, “el caído lúcido que descubre que sus propios actos y errores lo arrastran al abismo” en palabras de Álvaro Tato, el versionador. Hay que destacar lo complicado del trabajo de Tato en una obra que cuentra con todo tipo de estrofas: glosas de cancionero, sonetos, tercetos encadenados, madrigal, silvas, romances y redondillas. Conscientemente se suprimen las alusiones a la poesía culta de la secta gongorina, interesante para un público filológico, pero quizá no demasiado para el general.

 

En breve, nos encontramos con lo mejor de Lope en lo mejor de Pimenta. Un broche de oro de sus años como directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Julio Vélez, ITEM

 

Un perfecto y hermoso broche de oro. No podríamos definir de otra manera la elección que ha hecho Helena Pimenta de esta obra para su despedida como directora del Centro Nacional de Teatro Clásico, por diversos motivos entre los que habría que destacar la altura y calidad de la tragedia; el cariz de colofón que comparte con el título y la fábula de la pieza, incluso con el lugar que ocupa la obra en el conjunto de la producción dramática de Lope de Vega, el autor más representado en el Teatro de la Comedia durante estos años en que Pimenta ha estado al frente.

El castigo sin venganza habla de restablecer el honor perdido, aunque sea mediante una farsa de tintes conspiratorios. En el aire queda el mensaje de que, vuelta la vista atrás, la justicia determinará qué final merecemos cada uno. Y, en este caso, en esta especie de despedida de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, el elogio y el aplauso son las reacciones que provoca en nosotros la estela que la directora ha dejado en la historia del Teatro de la Comedia. Y para reafirmarlo, ha acertado con el autor y la obra seleccionados, como lo hace también con la puesta en escena, en  la que se pueden reconocer todas las constantes que hemos visto en los diferentes montajes que ha dirigido en estas temporadas, en esta ocasión incluso potenciadas, gracias al aire de tragedia absoluta con que concluye la obra, y el tenebrismo y la confusión que genera el desenlace de la trama.

Con un Duque al borde de la desesperación, un auténtico regalo para cualquier actor dramático, magistralmente interpretado por Joaquín Notario, a quien se veía cómodo y desenvuelto con el personaje, la propia Pimenta parece hablarle al público frente a frente, en un lenguaje exaltado, como queriendo darlo todo en su última intervención. Y aún resuenan en nosotros esas palabras finales con que concluye la propuesta escénica de Álvaro Tato, con un Federico, interpretado por uno de los actores más recurrentes en los montajes de la directora, Rafa Castejón, que pregunta desde la desesperanza: «¡Oh, padre! ¿Por qué me matan?»; y un Duque que exclama a modo de sentencia: «En el tribunal de Dios, / traidor, te dirán la causa».

En definitiva, hemos visto sobre el escenario de Teatro de la Comedia lo mejor de Helena Pimenta, la honrosa culminación de un trabajo bien hecho, que ha tratado de reinterpretar los clásicos y adaptarlos a épocas más próximas al público del siglo XXI; depurar las formas y los metros; optimizar los recursos con inteligencia y creatividad; y, en fin, llevar nuestro teatro nacional a todo aquel mínimamente interesado, ya guste de una gran representación, una función más íntima y directa, por cuanto fue creada la pequeña sala Tirso de Molina, o una dramatización con tintes didácticos, fuera incluso del edificio del Teatro de la Comedia.

Nuestro mejores deseos de cara al futuro.

 

 

Miguel Ángel Jiménez Aguilar

SELITEN@T – UNED

Es difícil enfrentarse a una de las obras maestras absolutas, no solo del teatro español, sino del arte dramático universal. De hecho, desde muy pronto la obra suscitó admiración. En la edición de Lisboa de 1647, realizada en la imprenta de Pablo Craesbeeck a costa de Juan Leite Pereira, se añadía tras el título: “Tragedia. Cuando Lope quiere quiere”, frase que ha servido muy a menudo para definirla.

            A pesar de las reticencias y las mezquinas apreciaciones que tuvo la obra en la época del neoclasicismo, ha terminado imponiéndose como una de las cumbres del repertorio clásico español. En general, se considera que Lope la escribió como respuesta al éxito que estaban teniendo los jóvenes de la generación de Calderón, que empezaba a minar su monarquía absoluta sobre la escena. Si esto es así, lo cierto es que Lope no necesitó acudir a nuevas fórmulas o a recursos estilísticos de los nuevos dramaturgos. Tomó el argumento de una novela de Bandello, a quien ya había acudido en anteriores ocasiones, como al escribir Castelvines y Monteses, y lo desarrolló siguiendo un esquema utilizado por él en múltiples ocasiones. Hay escenas de auténtico sabor lopesco: por citar solamente una, el diálogo entre Federico y Casandra en que él explica su amor con la glosa de la canción “En fin, señora, me veo / sin mí, sin vos y sin Dios”, que recuerda inevitablemente la glosa de El caballero de Olmedo: “Puesto ya el pie en el estribo / con las ansias de la muerte”. Estamos, por tanto, ante una obra de clarísima filiación lopiana en la que, si acaso, su autor ahondó en la concepción trágica que preside toda la obra. Algún crítico la ha relacionado con las “tragedias de venganza”, citando a Webster y a Tito Andrónico (un autor mediocre y una de las peores obras de Shakespeare) como términos de comparación. Comparación muy poco atinada, por cierto: lo que pueda tener de tragedia de venganza está en el título y poco más. Si hemos de buscar un antecedente, hay que remontarse a Eurípides, pues El castigo sin venganza es una nueva versión de Hipólito, tanto en el desarrollo de la historia como en el terrible final, en que el viejo Duque ordena matar a su hijo sin mancharse las manos con su sangre, como hace Teseo en la tragedia griega.

            La puesta en escena de Helena Pimenta está a la altura del texto. La escenografía de Mónica Teijeiro es extraordinariamente funcional y permite la creación de distintos espacios simplemente con el juego de luces, dando a la obra el dinamismo que necesita. Y a la vez crea la atmósfera gris que domina toda la tragedia. El palacio del Duque de Ferrara es oscuro, frío, opresivo. La luz de Juan Gómez Cornejo ayuda a crear esta atmósfera de niebla y oscuros presagios. Un elemento escenográfico, el gran espejo cenital que preside toda la escena en el último acto, aunque ya utilizado en otros montajes (en este mismo teatro se vio en La vida es sueño dirigida por Calixto Bieito), es aquí totalmente pertinente. No solo se habla en la obra del gabinete de espejos donde los amantes son descubiertos, sino que es un poderoso símbolo visual de cómo toda la acción está ya presidida por un ojo que todo lo descubre. El secreto es imposible y la tragedia está servida.

            La interpretación es magnífica. Joaquín Notario comienza algo frío, pero en el tercer acto su figura adquiere la intensidad entre doliente y tétrica que es propia del personaje del Duque. Beatriz Argüello hace su mejor papel hasta la fecha: brillante, seductora, siempre con una innata elegancia, sus últimas escenas son de una arrebatadora pasión. Rafael Castejón lucha contra un físico y una edad que no favorecen a su personaje, pero en las escenas clave cumple adecuadamente. El resto del reparto está muy bien cohesionado y forman un conjunto sin fisuras; entre todos destaca el Batín de Carlos Chamarro, un personaje más sentencioso y agudo que gracioso, muy bien modulado por el actor.

            Helena Pimenta ha firmado un montaje brillantísimo, lleno de ritmo, de intensidad, de emotividad. Ha conjugado a la perfección todos los elementos de la puesta en escena para ofrecer un espectáculo redondo, maduro, uno de los mejores que se han visto en la Comedia desde hace mucho tiempo.

                                                           Fernando Doménech

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El espejo: la cabeza de Medusa que nos pone fin a todos

Zonia Lostanau

Máster en Teatro y Artes Escénicas UCM

La Compañía Nacional de Teatro Clásico representó el pasado 20 de noviembre el “Castigo sin venganza” de Lope de Vega. Montaje que nos sumerge en una oscura atmósfera durante hora y cuarenta. Oscuridad que poco a poco va creciendo y de la que no podemos escapar, ya que nos hace cómplices de la tragedia con un solo elemento. Con esta corta reseña se busca descubrir el significado del elemento más importante del montaje: el espejo inclinado, que representa el mito de Medusa mencionado por el Marqués Gonzaga en el tercer acto, pero que no está presente en el texto espectacular. Además, se busca descubrir el significado de la flor de lis que aparece durante toda la representación mediante proyecciones en las gazas, en el suelo y a modo de figuras en borde del espejo.

Lope menciona una gran cantidad de mitos griegos en su tragedia y Helena Pimenta no los desaprovecha a fin de enriquecer su montaje. Uno de los que se define claramente en la puesta es el mito de Medusa y Circe. En la mitología griega, Circe era la “hechicera” que convirtió a los soldados de Ulises en cerdos y Medusa era un monstruo femenino, que volvía de piedra a quienes la miraban. Fue decapitada por Perseo, quien después usó su cabeza como arma hasta que se la regaló a la diosa Atenea para que la pusiera en su escudo, además, representa un símbolo para alejar el mal.

Los versos en los que se menciona este mito, se encuentran al final de la primera conversación que aparece en el acto tercero, en la que Aurora le confiesa al Marqués de Gonzaga que ha visto a través de un espejo a Casandra y Federico consumando su amor. A lo que el Marqués responde: «Será de la nueva Circe el espejo de Medusa, el cristal en que la viste». Este corto verso encierra un gran poder. El Marqués ha hecho una comparación entre Circe y Casandra, ya que Casandra, al igual que Circe, poseía el arte de hechizar y enamorar loca y perdidamente a los hombres para luego convertirlos en animales. Dentro de moralidad del Marqués, el amor desenfrenado de Federico hacia Casandra lo convierte en un animal y este lo lleva a cometer incesto, de la misma forma que, versos anteriores, había mencionado Aurora aludiendo a lobos y cafres.

Por otro lado, este verso evidencia una relación entre el espejo y Medusa. Por medio de un espejo, Aurora descubre que Casandra y Federico son amantes. A través de este accesorio, la puesta en escena buscó hacer referencia a Medusa. Cuando Aurora los ve, firman su sentencia, ya que su fama y honor quedan destruidos al ser descubiertos. Sin embargo, no solo ellos se condenan, sino todos aquellos que se ven reflejados en el espejo, al igual que todos los que se condenan al ver a Medusa.

En la mitología y a lo largo de la historia, el espejo encierra un poder que traspasa las dimensiones de su tamaño o forma. Este elemento encierra todos los misterios y secretos que la humanidad necesita o debe esconder. Todo aquello que se debe mantener en la oscuridad al igual que toda la puesta en escena. Además, es símbolo de la verdad. Helena Pimenta recoge este poderoso objeto y lo coloca inclinado hacia el patio de butacas para hacernos cómplices de la tragedia. Dicho espejo aparece cuando los amantes consuman su amor. En ese momento Lucrecia, Batín, el Marqués y Aurora aparecen en escena, todo el elenco se refleja en el espejo. En ese momento, Aurora le confiesa al Marqués lo que ha visto. Sabemos lo que está pasando, todos somos cómplices a partir de la aparición del espejo en escena. El espejo, esa Medusa que petrifica al espectador al hacerlo parte de la tragedia y convertirlo en cómplice de lo que en ella sucede. Cabe resaltar que no es un simple decorado. Este elemento se convierte en un accesorio al involucrar a todos los personajes y espectadores en la tragedia. Este espejo simboliza el escudo y defensa del Duque, ya que, si no fuera por este, nunca se habría enterado de la traición. Sin embargo, es su gran tragedia, ya que, para defender su honor y fama, tiene que eliminar a su mujer y a su hijo sin mancharse las manos.

El segundo elemento, pero no menos importante, es la figura de la flor de lis que aparece desde el inicio de la obra y en casi toda la escenografía a modo de proyecciones y que, además, aparece en el los bordes del espejo inclinado. No aparece en el texto de Lope, pero es importante mencionar que tres flores de lis están en el escudo del Ducado de Ferrara. También aparece en la gran tela roja que cae a espaldas del Duque en la puesta, misma con la que se envuelven Federico y Casandra para consumar su amor. Esto último simboliza la traición no solo hacia el Duque, sino hacia Ferrara. Para explicar lo anterior, es importante señalar que los lises se convirtieron en las armas reales de la monarquía francesa, italiana y española que mostraban la potencia y soberanía de sus reinos, como lo señalan el Dr. Luis Valero de Bernabé y Martín de Eugenio en su investigación Las Lises Heráldicas, una flor controvertida.

Esta flor simboliza el poder, el amor, el honor y la lealtad, además de la pureza de cuerpo y alma. Todo esto se ve roto de alguna forma a lo largo de la puesta en escena. Se pierde el honor, la lealtad, el respeto al poder y la soberanía marcada por la jerarquía, que tiene como consecuencia una pérdida de pureza del cuerpo y alma. Dicha pureza había sido ganada por el Duque al volver de las guerras, pero la pierde al ser el autor intelectual de la muerte de su esposa e hijo.

Finalmente, la utilización del espejo representa una poderosa reflexión sobre el mundo en el que vivimos. Por medio del espejo, no solo pasamos a formar parte del amor desenfrenado y trágico de dos amantes, sino que nos convertimos en espectadores del engaño, de la mentira, del amor, del egoísmo, de los celos, de la traición y de la muerte. Además, el símbolo de la flor de lis, que no aparece expresamente en el texto, es rescatado en el montaje a fin de darle fuerza al significado de la traición cometida contra el Ducado de Ferrara como reino. Todos pierden algo, todos se han visto involucrados en la batalla entre lo que desean y lo que deben hacer. Todos van a recibir un castigo de alguna u otra forma. Todos aquellos que han mirado a esa medusa en forma de espejo están condenados.

 


Sinopsis

Esta crepuscular tragedia de honor oculta una profunda reflexión sobre el poder, la justicia, la responsabilidad, el amor y el deseo, ambientada en el contexto político de las ciudades-estado enfrentadas en la convulsa Italia de finales del quattrocento.
Atrapados en la tela de araña de un palacio de susurros, espejos y secretos, los personajes se enfrentan a su conciencia con una intensidad secreta y desconocida; la belleza de los versos se alía con la aspereza brutal de los conflictos y con un delicado ritmo casi cinematográfico en que las escenas se entrelazan y yuxtaponen. De fondo, la fama como eje de unas vidas abocadas a la mentira va gobernando una trama que desemboca en un desenlace sangriento sin resquicio de esperanza.
Desoladora, hermosa, magistral, El castigo sin venganza nos ofrece un espejo trágico de la condición humana. Obra maestra de la senectud del Fénix, reflejo de su desencanto por la sociedad y el dolor de sus circunstancias personales y familiares pero, a la vez, audaz superación de un arte destilado y preciso ante la irrupción de los poetas y dramaturgos jóvenes que se van adueñando de la primacía escénica, este canto de cisne lopesco mantiene hoy la implacable vigencia del arte de la tragedia: un lúcido viaje a las sombras de nosotros mismos (Helena Pimenta, Dirección).


Equipo



Autoría
Lope de Vega
Versión
Álvaro Tato
Dirección
Helena Pimenta




Producción
Compañía Nacional de Teatro Clásico




Reparto
Beatriz Argüello, Lola Baldrich, Rafa Castejón, Carlos Chamarro, Nuria Gallardo, Joaquín Notario, Íñigo Álvarez de Lara, Javier Collado, Fernando Trujillo, Alejandro Pau, Anna Maruny
Escenografía
Mónica Teijeiro




Iluminación
Juan Gómez Cornejo
Movimiento
Nuria Castejón
Música
Ignacio García










Vestuario
Gabriela Salaverri












Asesoría literaria
Vicente Fuentes






Web
El castigo sin venganza


Idioma
Castellano








Fecha del Estreno: 21/11/2018

Teatro: Teatro de la Comedia. Compañía Nacional de Teatro Clásico

Sala:  -

Duración en minutos: 100

Género  Drama

En los Medios

Karina Sainz Borgoñas, vozpópuli: «El castigo sin venganza, una tragedia española de Lope de Vega»

José-Miguel Vial, Ociocrítico.com: » ‘El castigo sin venganza’: amores prohibidos»

Julio Bravo, ABC: ««El castigo sin venganza», un Lope que se siente y se huele»

Ángel Esteban Monje, Kritilo: «HELENA PIMENTA DISPONE CON UNA ESTÉTICA REPLETA DE SOBRIEDAD ESTA CRUENTA TRAGEDIA DEL LOPE MADURO»

Natalia Eseverri Cobos, El arcón de Natalia: «EN EL TRIBUNAL DE DIOS, TRAIDOR, TE DIRÁN LA CAUSA»

Javier Vallejo, El País: «Lo contrario de lo que digo, hago»

José Catalán Deus, Periodista digital: «¿Castigo sin venganza? Venganza, pura venganza»

Antonio Castro, Madridiario: «El castigo sin venganza: la pasión contra el honor»

Horacio Otheguy Riveira, Culturamas: «Extraordinaria versión de “El Castigo sin venganza”, entre el amor desenfrenado y el terror»


El castigo sin venganza

«Por todo ello la función resulta equilibrada y se dispone con diferentes atractivos…»

Ángel Esteban Monje

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