UNA ROAD-PLAY QUE RECORRE LA HISTORIA RECIENTE DE ESPAÑA
Crítica de El bar que se tragó a todos los españoles
Desde hace varias semanas no se habla de otra cosa en los ambientes teatrales de Madrid: se ha estrenado El bar que se tragó a todos los españoles, primera pieza escrita por Alfredo Sanzol en su etapa como director del CDN. He perdido la cuenta de las veces que me han recomendado la obra autores, actores, estudiantes de arte dramático y académicos especializados en las artes escénicas. Acudí al espectáculo con el escepticismo que suele brotar del elogio reiterado y machacón: ¿era posible que aquel espectáculo estuviera a la altura del retrato que se había hecho de él? En la puerta del Valle-Inclán me enteré de que a aquellas expectativas tan altas se les sumaba una duración de tres horas, por lo que me convencí de que encaminaba mis pasos hacia la decepción. Pero el teatro existe y lo amamos, precisamente, por su insólita capacidad para sorprendernos, avasallar nuestros prejuicios y darnos frías duchas de humildad. La obra es, sencillamente, magnífica. Me atreveré a decir que hace mucho que no veo algo tan redondo, completo y eficaz sobre las tablas. Y sobre las tres horas —cifra tan disuasoria— diré que, contra todo pronóstico, el espectador apenas se entera de que transcurren, tan trepidante es el ritmo y tan absorbente la acción. Los personajes de Sanzol consiguen atrapar sin aspavientos por una razón simple: su autor ha sido capaz de hacer que sus vidas nos interesen y conciernan, y eso es, en buena medida, porque El bar que se tragó a todos los españoles habla precisamente de eso, de todos nosotros.
La anécdota —un joven sacerdote del tardofranquismo que trata de conseguir la dispensa papal para empezar una nueva vida como seglar— tiene un poso autoficcional. Como el propio Sanzol comenta en el programa de mano, su padre fue uno de aquellos miles de sacerdotes que se beneficiaron de la magnanimidad de Juan XXIII, quien flexibilizó la concesión de dispensas. Pero muy pronto la obra despega de su basamento hasta convertirse en una auténtica road-play que nos hace viajar por el mundo —los ranchos de Texas, las playas de California, las calles de Roma, con parada obligada en la Gran Vía y en el Pardo— y por el sueño de una España nuestra y diferente. La historia de amor entre el cura cesante, Jorge Arizmendi —un Francesco Carril tocado por la gracia de Talía— y Carmen —Natalia Huarte, impecable en su actuación también— resuena al fondo, como una canción country que sale del casete del viejo Cadillac en que creemos viajar. En las orillas de la carretera dejamos una larga estela de personajes (más de cincuenta) cuyas historias a ratos brillan con la misma intensidad que la del protagonista. De este enjambre de máscaras, quiero destacar a la escritora norteamericana, Margaret Miller, dama cuasi-sabinesca que desvirga al sacerdote en una noche de pasión texana —soberbia Nuria Mencía en este papel, por cierto—, y al sacerdote navarro Txistorro (David Lorente), que auxilia a su paisano para conseguir que los engranajes del Vaticano posibiliten el milagro de la dispensa. Sanzol, que dirigió hace tres años una notable versión de Luces de bohemia, parece haber aprendido de Valle el fino arte de construir obras caleidoscópicas en las que muchos personajes giran e irradian fulgor en torno a una figura o pareja central —Carmen y Jorge aquí, Latino y Max en Luces—.
El hilo conductor de esta pieza es el bar, y pocos símbolos mejores podría haber elegido Sanzol para representar una España que lucha por salir de sí misma. En un prodigioso ejercicio escenográfico firmado por Alejandro Andújar, la estructura de un bar típicamente español se despliega, descompone, abre, cierra, mueve y gira para dar lugar a cientos de espacios enormemente sugestivos. Qué tiempos aquellos en los que una buena escenografía era capaz de recibir un aplauso aislado del público —cuentan que esto pasó en Madrid cuando Buero estrenó Hoy es fiesta en 1955—. El espacio dibujado por el equipo de Sanzol sugiere y traslada desde su rotunda teatralidad, sin necesidad de caer en obviedades o, peor aún, en los vídeos —vídeos, vídeos y más vídeos— que últimamente arruinan tantas buenas propuestas.
Es paradójico que esta obra tenga de todo y no le sobre nada: baile, canto, comedia, drama, crítica y reconciliación. Una alegoría de esa España que, como Jorge, quiere dejar atrás una piel vieja para renacer transfigurada en otra cosa; para dejar de ser ese lugar donde en cualquier familia hay curas o militares.
Tengo la certeza de que esta obra debe ser considerada el verdadero comienzo de la andadura de Sanzol al frente del CDN. Confío, además, en que su autor pondere la posibilidad de volver a programarla en tiempos mejores, para que puedan verla todos los que las actuales restricciones de aforo dejarán fuera. Y no solo porque esta es una buena obra de teatro, sino porque posiblemente es necesaria en un Madrid y en una España que vuelve a diluirse en la polaridad extrema o, más bien, en los extremos polares. Hace demasiado frío en un mundo donde no se dicen las cosas que Sanzol pone sobre la mesa en esta obra; un texto que nos ayuda a volver a pronunciar “España” con la boca llena de dignidad y orgullo. Al salir de la sala, feliz, con esa alegría que solo puede producirnos el gran teatro, creo que no fui el único que musitó las palabras de Cernuda, aunque las dijéramos bajito, casi para convencernos sin estar seguros todavía: “bien está que esta sea nuestra tierra”.
Sinopsis
El Bar que se tragó a todos los españoles cuenta la historia de Jorge Arizmendi, un cura navarro que en 1963, con treinta y tres años, decide cambiar de vida, dejar el sacerdocio, y viajar a Estados Unidos para aprender inglés y marketing. El lugar en el que aterriza se llama Orange, en el estado de Tejas. Allí una congregación de padres escolapios le ayuda a encontrar trabajo como vendedor de aspiradoras. Uno de los lugares que visita es un rancho en el que vive un matrimonio que ha sufrido recientemente el fallecimiento de un hijo. Este hijo era físicamente igual que Jorge, hasta el punto de que los rancheros al ver a Jorge creen estar viendo a su hijo, y le hacen la siguiente propuesta: “Si te quedas a vivir con nosotros, cuando muramos, este rancho será tuyo”.
Equipo
Autoría
Alfredo Sanzol
Dirección
Alfredo Sanzol
Ayudante de dirección
Raquel Alarcón,Beatriz Jaén
Producción
Centro Dramático Nacional
Reparto
Francesco Carril, Elena González, Natalia Huarte, David Lorente, Nuria Mencía, Jesús Noguero, Albert Ribalt, Jimmy Roca, Camila Viyuela
Escenografía
Alejandro Andújar
Construcción de escenografía
Pascualin Estructures, Mambo Decorados, Jorba Miró (escenografía), Sfumato (Ambientación escenográfica)
Ayudante de escenografía
Carlos Brayda
Iluminación
Pedro Yagüe
Movimiento
Amaya Galeote
Espacio Sonoro
Sandra Vicente
Fotografía
Luz Soria
Compañía
Centro Dramático Nacional
Vestuario
Alejandro Andújar
Ayudante de vestuario
María Albadalejo, Lola Rosales
Realización de vestuario
Maribel Rodríguez Hernández
Caracterización
Chema Noci
Utilería
Hijos de Jesús Mateos, May Servicios para el espectáculo
Web
https://www.entradasinaem.es/ficha-espectaculo/1/276/el-bar-que-se-trag%C3%B3-a-todos-los-espa%C3%B1oles
Idioma
Castellano
Fecha del Estreno: 12/02/2021
Teatro: Teatro Valle Inclán. Centro Dramático Nacional
Sala: -
Duración en minutos: 180
Género Comedia, Comedia dramática
En los Medios Julio Bravo, “El bar que se tragó a todos los españoles, dignidad contra el silencio”, ABC [9/10] Marcos Ordóñez, “Tres horas en el Blue Moon”, El País [10/10] Liz Perales, “Francesco Carril, el curita encantador”, El Cultural Javier Vallejo, “Los españoles somos un bar y la Iglesia un retrete”, El País [9/10],
El bar que se tragó a todos los españoles
«Tengo la certeza de que esta obra debe ser considerada el verdadero comienzo de la andadura de Sanzol al frente del CDN.»
Sergio Santiago Romero
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