Crítica de El año del pensamiento mágico

Fernando Doménech Rico

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La obra es un monólogo de la propia autora que recoge su experiencia ante la muerte, con menos de dos años de diferencia, de su marido y de su hija. La autora narró su experiencia en un libro del mismo título, que tiene un carácter entre el ensayo y el libro de memorias. Con el “pensamiento mágico” a que alude en el título Joan Didion se refiere a la constatación -vivida con perplejidad- de que toma decisiones absurdas, como negarse a regalar los zapatos de su marido “porque podría necesitarlos si volviese”. Ella sabe racionalmente que su marido está muerto, pero ese convencimiento racional no logra imponerse a la sensación mágica de que mientras estén cerca de ella la ropa y los zapatos de John, él no habrá muerto del todo.

El libro, y posteriormente la dramatización que se hizo en Nueva York, se constituyeron desde el principio en una de los más acertados acercamientos actuales al tema del duelo. El duelo ante la muerte ha sido una costumbre característica de todas las sociedades conocidas, y en España ha tenido, y sigue teniendo en algunas zonas rurales, una enorme importancia a la hora de enfrentarse a la pérdida de un familiar. Cualquier lector de La casa de Bernarda Alba recuerda los ocho años de luto que impone la rígida madre a sus hijas por la muerte de Antonio María Benavides. El mundo contemporáneo, por el contrario, ha expulsado a la muerte de los ritos sociales y ha dejado al duelo convertido en una experiencia individual de la que apenas se habla. De ahí la fuerza de este monólogo, escrito con una gran finura psicológica no exenta de humor e ironía, pero que muestra el dolor de la pérdida sin acudir a subterfugios ni consuelos religiosos.

El año del pensamiento mágico se basa casi exclusivamente en la interpretación de la actriz que encarne a la autora y protagonista. Jeannine Mestre hace una Joan Didion elegante, discreta, con una permanente sombra de melancolía y en ocasiones un cierto distanciamiento hacia sí misma y hacia la terrible realidad que cuenta. La dirección de Juan Pastor, basada en el minimalismo de los elementos escénicos (un espacio vacío con un fondo marino, un suelo de madera, una mesa y una silla) busca no distraer la atención del espectador de la figura y la palabra de la actriz, consiguiendo así una obra de una extraordinaria limpieza y de una gran intensidad emocional.

 

                                               Fernando Doménech Rico, RESAD