Crítica de Daimon y la jodida lógica
Daimon entre los griegos significaba el destino que cada persona tiene, determinado por los dioses, y que se cumple de manera inexorable; de ahí que este espectáculo se presente como la pervivencia y explicitación de ese fatum interno en los intérpretes, que presentan de manera individual a los espectadores. En su explicitación existe la intención de identificación, con palabras, pasos de danza, canciones, acrobacias entre los que ocupan el espacio escénico y las butacas. Lanzan parlamentos individuales y realizan acciones colectivas, mientras un actor con zancos, silente, circula por la escena como encarnación o figuración, a mí así me lo parece, de ese daimon.
Cada parlamento, al que sigue una acción -individual o de conjunto- o bien se entremezcla con esta, responde a diferentes visiones de la vida en el mundo contemporáneo con textos de Vallés, de otros autores o bien de los propios intérpretes. ¿Ideas? Muchas, pero todas ahormadas por una visión pesimista, teratológica o tópica e insustancial de la existencia, donde la ruina de la persona, se significa de manera reiterada con la imagen de los pasos de danza con salto y caída en el suelo de forma brusca, que se repite con calculada reiteración. De los parlamentos se recogen conceptos que sugieren soledad, miedo porque hay esperanza, condiciones humanas que “machacan y pisotean” la salud y las ganas de vivir, la negación impuesta por las diferentes teorías acerca de convenciones sociales o prohibiciones de alimentos hasta el absurdo de no poder degustar de ninguno, etcétera. Y un resumen que aúna a todos: hay vida, pero rodeada de una incertidumbre que la hace insoportable.
Esta puede ser la jodida lógica, aunque la propuesta no pretende una interpretación unitaria, porque es una presentación escénica más sensorial e intuitiva, con capacidad polisémica para cada espectador, que intelectual y con discurso unitario. Por encima de cualquier interpretación o sensación, un deseo de la autora y directora, inquietar; reflejar un mundo no armónico e individualizado por las conductas de los personajes (llamemos así a los artistas multidisciplinares que están en el espacio de representación), que deben tener su correlato con cada espectador. De un mundo, donde se intenta unificar, cohesionar, porque la (jodida) mentalidad cartesiana así lo impone, si bien la individualidad, el daimon de cada persona con sus manifestaciones imprevisibles subyace por debajo de la lógica. De este discurso deriva la estructura fragmentaria y no causal del espectáculo.
El espacio escénico resulta funcional: instrumentos de música a la izquierda del espectador y al fondo; una sucesión de cuatro mesas rectangulares, ocupando el flanco derecho; en medio el espacio libre para la evolución de los intérpretes. El vestuario responde a un mundo surreal, con bastantes cambios, algunos a discreta vista los espectadores. La música, arreglos musicales de melodías o canciones conocidas, se ejecutan con fuerza envolvente con un propósito de anulación racional y captar emocionalmente al espectador, de desligarle de sus amarres lógicos; algunas acrobacias, alguna sombra de personaje kantoriano pululando por el escenario, una danza muy expresionista, donde se recuerdan vagamente las coreografías de Pina Bausch, junto con la música, la iluminación fría y fuerte, deliberadamente molesta para el espectador en algunas ocasiones, el cuerpo desnudo del actor (más insinuado que mostrado). Todos estos elementos, se proponen en su conjunto y consecutividad, para sacarle de la zona de confort. Los intérpretes, orillan cualquier forma de actuación interpretativa y se limitan a presentar con su cuerpo o instrumentos musicales, sin adoptar el cliché de un personaje (son ellos y es cada uno de los espectadores). Al final, en unas pantallas se recogen fragmentos de algunos promotores o visionarios de esta sociedad del descarte (Duras, Kantor y algunos más). Quizás no sean necesarias.
Espectáculo en suma que consigue inquietar sin transgredir; presentar una sociedad sin imponer un modelo; pensar con posterioridad algunas de las muchas reflexiones propuestas; mostrar al espectador el espejo de su desconcertante camino vital en una sociedad que cabalga de forma desbocada. Por otra parte, entretenido por la variedad y por mantener la capacidad de expectativa. Se puede objetar, una previsibilidad estructural por la forma ordenada en los que se presentan las diferentes escenas, asentadas sobre fórmulas que se repiten.
José Gabriel López Antuñano
Sinopsis
El Daimon puede adquirir distintos significados en función del contexto en el que se sitúe. Para la creadora Ana Vallés, esta figura mitológica de la cultura griega o romana es, desde su perspectiva, “el destino, la voz de la conciencia, la intuición, un ángel o un demonio, el rumoreo de la voz interior que detiene o empuja. Una presencia oculta, imprevisible, que determina actos y decisiones que no podemos explicar racionalmente”. Daimon y la jodida lógica se representa con un equipo de 14 personas. Actores, músicos y bailarines forman parte de un montaje en gran formato, con música original, y la constante búsqueda de huir de todo tipo de etiquetas. A Vallés le interesa que “Daimon también es yo, nuestro yo incomprensible, una parte de nosotros que conecta con lo irracional, con el misterio, con lo fantástico; una puerta a lo extraordinario, a lo que nos salva, a lo sublime o a la locura”. Y sentencia: “digamos que esta mujer no es feliz, nunca lo fue. Digamos lo que fue hallado dentro de un armario, en el ropero. Hablemos de pelucas conviviendo con ensayos de filosofía. Hablemos de desayunos, de cigarrillos, de manos, de refugios, quizás del gato, de aquella voz; de las cosas que importan”
Equipo
Autoría
Ana Vallés
Dirección
Ana Vallés
Ayudante de dirección
Ricardo Santana, Baltasar Patiño
Producción
Juancho Gianzo
Reparto
Ricardo Santana, Nuria Sotelo, Celeste, Alba Loureiro, Cristina Hernández Cruz, Nacho Sanz, Jorge de Arcos Pozo, Neus Villà Jürgens, Ana Cotoré
Escenografía
Baltasar Patiño
Iluminación
Baltasar Patiño
Movimiento
Ana Cotoré, Ricardo Santana, Nuria Sotelo, Celeste, Cristina Hernández Cruz, Neus Villà Jürgens, Jorge de Arcos Pozo, Alba Loureiro, Ana Vallés
Música
Nacho Sanz (batería procesada, teclados), Cristina Hernández (teclados, voz, batería), Alba Loureiro (viola procesada, teclado), Neus Villà Jürgens (guitarra eléctrica, voz), Nuria Soleto (trompeta)
Espacio Sonoro
Cristina Hernández, Nacho Sanz, Alba Loureiro (Arreglos musicales)
Fotografía
Rubén Vilanova
Compañía
Matarile
Vestuario
Matarile Teatro, Naftalina
Diseño del cartel
Baltasar Patiño
Video escena
Edición Rusa
Idioma
Castellano
Fecha del Estreno: 27/10/2020
Teatro: Teatro de la Abadía
Sala: Sala José Luis Alonso
Duración en minutos: 90
Género Danza, Danza-teatro
En los Medios Alfonso Becerra, «Más Daimon y menos jodida lógica. La apoteosis de Matarile Teatro» Artezblai José Miguel Vila, «Daimon y la jodida lógica’: La sorpresa de la belleza y la belleza de la sorpresa» Diario Crítico Matarile teatro: prensa
Daimon y la jodida lógica
«Espectáculo en suma que consigue inquietar sin transgredir; presentar una sociedad sin imponer un modelo; pensar con posterioridad algunas de las muchas reflexiones propuestas; mostrar al espectador el espejo de su desconcertante camino vital en una sociedad que cabalga de forma desbocada.»
José Gabriel López Antuñano
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