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El único mundo (im)posible de un antagonista difícil de olvidar

Crítica de Bruno (Miércoles de ceniza)

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Luis Gracia Gaspar
Instituto del Teatro de Madrid

Uno de los hitos de la pasada década es, sin duda, la elección como papa del entonces arzobispo Jorge Mario Bergoglio, el 13 de marzo de 2013. Hoy en día, seguimos percibiendo los resultados de aquella histórica proclamación que supuso la llegada de unos aires muy diferentes sobre la vela de ese enorme navío denominado Iglesia Católica, opuestos a las corrientes que soplan desde el otro lado del océano. Las muestras de esta pugna —salvando sus muy diferentes motivaciones y fundamentos a lo largo de los siglos— vienen de lejos, de muy lejos, y tal vez únicamente una docena más de casos resulten tan fascinantes como el del filósofo y astrónomo italiano Giordano Bruno, que da nombre a la última pieza teatral de Sergio Santiago Romero: Bruno (Miércoles de ceniza), producida por la compañía Teatro Theaomai en colaboración con el Ayuntamiento de Leganés, el I.E.S Julio Verne y la Universidad de Alcalá, y representada los días 16 y 17 de noviembre de 2023 en el Teatro Corral de Comedias de Alcalá de Henares.

El señalado contexto eclesiástico constituye uno de los grandes marcos de la obra, que nos retrotrae hasta el año 1600, cuando el tribunal del Santo Oficio ultima la condena a muerte en la hoguera del citado Bruno. Frente a él, el teólogo más importante de su tiempo: Roberto Belarmino (Diego Valverde), quien más tarde ocuparía un lugar privilegiado en la negra espalda de la historia por el vergonzante proceso contra Galileo Galilei y otras persecuciones inquisitoriales. En esta línea católicamente heterodoxa, el osado Bruno había publicado en 1584 su diálogo De l’infinito, universo e mondidonde aborda una cuestión cosmológica la cual será recurrente en el drama histórico de Santiago Romero, que ahonda en los mundos posibles y en la infinidad del universo para conformar este elaborado y único viaje.

El director conjuga estos absorbentes elementos de cariz social, ético y naturalmente religioso con otros de corte contemporáneo. A ello se añade el punto filosófico, académico y, por igual, historiográfico, que en particular da cuenta de la honda base bibliográfica sobre la que se erige el fascinante y documentado texto dramático, que no por todo ello pierde su accesibilidad («la mera erudición no enseña a tener inteligencia», afirmaba Heráclito). Tan aquilatado se encuentra el equilibrio entre unos y otros planos que Bruno se da el privilegio de comenzar con la incombustible —y especialmente oportuna— Like a Prayer de Madonna, a la que después se unen diversas coreografías —a cargo de Alejandro Sánchez— y otras grandes canciones pop-rock que no desentonan por la línea fresca y envolvente que caracteriza la obra, ecléctica en su canal expresivo sonoro (al pop o el góspel se añaden cantos clericales). Todo ello conduce a una aproximación a la tragicomedia con las punzantes apostillas en los diálogos y unas convenientes didascalias que logran despertar sostenidamente las carcajadas del conjunto del público, y que nos recuerdan al verso «hacer tu risa estallar», que inmortalizó Antonio Vega en 1987.

Clasificaciones aparte, dentro del propio discurrir narrativo-escénico llama notoriamente la atención el modo en que Bruno plasma la ambición humana mediante el logrado cardenal Belarminoque en 2023 entorpece el intento de Carolina (Marta Santiago), la monja protagonista que encarna esa otra visión, de rectificar los errores del pasado al iniciar un programa de rehabilitación de Giordano Bruno para desarrollarse el Miércoles de Ceniza. La marcada aspiración del —más tarde— arzobispo de arruinar sea como sea dicha rehabilitación, dará lugar a distintas injusticias que el espectador siente como si le sucedieran en sus carnes, que casi se tornan tan podridas como las del poema de François Villon: «En cuanto a la carne, que hemos alimentado en demasía, / hace tiempo que está podrida y devorada», o como las del propio teólogo e inquisidor, que en la pieza será proclamado papa.

Su salida Habemus papam al balcón, hacia el cierre de la representación, escenifica prodigiosamente el triunfo del establishment sobre las, hasta entonces, aparentes posibilidades de ejecutar un cambio efectivo en el rumbo de la institución, todo lo que, por otra parte, es acompañado de una escenografía elegante e igualmente práctica (he ahí la máquina de humo y el oportuno incienso) a cargo de Alberto Villegas Erce, a la que se une el verosímil e inmersivo vestuario de María del Carmen Vicente, todo bajo la dirección artística de Cristina Sanz Ruiz. El juego de luces durante toda la obra, asimismo, se desarrolla positivamente, facilitando el discurrir del texto y, desde luego, aprovechando de forma sobresaliente las posibilidades del Corral para cumplir con aquello que decía Patrice Pavis: «[La luz] no es simplemente decorativa, sino que participa en la producción del sentido».

Específicamente, para la distinguida escena de la proclamación en el diegético balcón central de la basílica de San Pedro, se proyecta una luz blanca desde el lado derecho del escenario, externa a las propias tablas, que simboliza su salida desde las sombras —referenciando de paso a artistas como Rembrandt, mencionado en el transcurso—, de las cuales Belarmino se aleja —aunque solo en cuerpo, jamás en alma— para desaparecer y alcanzarse el culmen narrativo y escénico, coronando el cuidado ritmo de la escenificación.

En una escena anterior, las argumentaciones y contraargumentaciones del cardenal y la religiosa, dentro de un enfrentamiento dialéctico directo, brillan intensamente por la trabajada actuación de los propios actores: el equipo efectúa un papel sobresaliente al encarnar las respectivas personalidades tan enjundiosamente construidas por Santiago Romero, arrojando un logro dramatúrgico que por igual se pone de manifiesto en el soliloquio del cardenal. Este, en su plasmación de la tantas veces cegadora avidez humana, se dirige frontalmente a la audiencia para cuestionar si en verdad el espectador es tan distinto a él, en unos inusitados segundos que definitivamente hacen trizas la cuarta pared. De este modo, en un extraordinario giro argumental, el juicio termina consumándose contra el personaje de Diego Valverde y no contra Giordano Bruno, relegándose al primero a las oscuras butacas de la primera fila del averno.

Sin embargo, la fuerza del antagonista no es posible sin los demás intérpretes, por supuesto: junto a los citados Diego Valverde y Marta Santiago, completan el elenco Sara Moreno (Pacinotti, religiosa del alto clero vaticano), Víctor Plaza (Carreira, cardenal), Alejandro Sánchez (Alfredo, dramaturgo que trabaja junto a Carolina) y Paula Solís (Filotea, monja cercana a la protagonista), quienes despuntan en sus correspondientes personajes, pese a que aquí he situado el foco en el de Valverde por lo extraordinario de su villanía e ignominia, que representan la perversidad en el marco en que se encuadra el texto, pero también en cualquier otro, al ser tan común en todas las esferas humanas; por acercarse, en definitiva, a los eternos villanos shakesperianos y traslucir contemporáneamente el proceso de codicia que de un modo tan afinado se retrata en las celebérrimas Hamlet o Macbeth.

Cabe recordar que Bruno (Miércoles de ceniza) es parte de una trilogía, cuya última entrega está todavía por confeccionar. Maldito Espinosa —un viaje en el tiempo y el espacio en busca del sentido y la esperanza—, fue la primera de ellas, representada en El Pasillo Verde Teatro y sobre la que cabe leer la crítica que el investigador Izan García Baumbach realizó en este mismo medio; Bruno, que contiene un guiño dialógico a la primera, es la segunda. En ella, el público hallará una pieza de hondura y altura dramatúrgicas, espectaculares, filosóficas e inclusive líricas; no en vano afirma José Luis García Barrientos: «Tengo el convencimiento, chocante y todo lo pasional que se quiera, de que hay razones teóricas, de derecho, para que el teatro siga ocupando la cima de la jerarquía poética». Y sin duda la obra de Sergio Santiago Romero hace justicia a esa bella certeza, cuyo resultado puede cifrarse citando al poeta Paul Éluard, en línea con la idea de los distintos mundos que impregna toda la obra: «Hay otros mundos, pero están en este». Sí, en este Bruno (Miércoles de ceniza).


Sinopsis

Roma, 1600. El tribunal del Santo Oficio ultima la condena a muerte en la hoguera dictada contra el filósofo Giordano Bruno. Preside el tribunal el teólogo más importante de su tiempo, Roberto Berlarmino, que años después alcanzaría mayor fama por el proceso contra Galileo.

Pero también Roma, 2023. Carolina, una joven monja jerónima, accede a la dirección del observatorio astronómico de la Santa Sede. Decidida a rectificar los errores del pasado de la Iglesia, inicia un programa de rehabilitación de Giordano Bruno. Pronto se encontrará con que los muros levantados hace cuatrocientos años siguen siendo altos y recios, que el pasado a menudo resuena en los pasos del presente y que el cambio nunca es fácil, incluso con el viento a favor.


Equipo



Autoría
Sergio Santiago


Dirección
Sergio Santiago
Ayudante de Dirección
Fernando Salamanca


Producción
Teatro Theaomai


Ayudante de Producción
Ayuntamiento de Leganés, I.E.S Julio Verne, Universidad de Alcalá
Reparto
Sara Moreno, Víctor Plaza, Alejandro Sánchez, Marta Santiago, Paula Solís, Diego Valverde
Escenografía
Alberto Villegas Erce








Música
Rosa Fernández








Compañía
Teatro Theaomai
Vestuario
María del Carmen Vicente












Asesoría Literaria
Alfredo Miralles
















Dirección artística
Cristina Sanz Ruiz


Fecha del Estreno: 16/11/2023

Teatro: Teatro Corral de Comedias - Alcalá de Henares

Sala:  -

Duración en minutos: 105

Género  Tragicomedia, Drama histórico

En los Medios

Ana Caballero, «Sergio Santiago: «No tengo miedo de subir la filosofía al escenario»», Corral de Alcalá

«Giordano Bruno, un duelo entre la ciencia y la fe», Universidad de Alcalá

Espacio InventArte (Compañía THEAOMAI), LGN Medios


Bruno (Miércoles de ceniza)

Bruno plasma la ambición humana mediante el logrado cardenal Belarmino, que dará lugar a distintas injusticias que el espectador siente como si le sucedieran en sus carnes (…) De este modo, en un extraordinario giro argumental, el juicio termina consumándose contra el personaje de Diego Valverde y no contra Giordano Bruno, relegándose al primero a las oscuras butacas de la primera fila del averno

Luis Gracia Gaspar

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