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Memoria de los cuerpos

Crítica de Oasis de la impunidad

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Leidy Astrid Montañez Ortiz
Máster en Estudios Literarios y Culturales Hispánicos UAH

El dramaturgo y director teatral Marco Layera (1977) funda en 2018 la compañía La Re-sentida, caracterizada por sus propuestas artísticas de nivel social y reflexivo, y entre las que hallamos Oasis de la impunidad (2022), estrenada en el Festival FIND de Schaubühne. La obra tuvo lugar en Madrid del 13 al 16 de abril del presente año en el Teatro María Guerrero.

Oasis de la impunidad, inspirada en el estallido social de Chile de 2019, abarca la violencia ejercida sobre el cuerpo por parte de la fuerza policial, cuya voz tendrá resonancia en la obra para asegurar el control y el silencio de los cuerpos. De la presentación rescato los elementos que permitieron crear una atmósfera de inmersión a través de la emoción teatral por parte de los actores, la música y las luces, con el fin de invitar a reflexionar sobre la memoria de los cuerpos presentes y ausentes.

La adecuación del espacio escénico tiene atrezzos como el cuadro grande de un clásico fantasma de sábana y un cubículo de vidrio, semejante a una vitrina de maniquí. Ambos elementos sirven de ejemplo para mencionar que la obra no requiere de ornamentación para crear una belleza estética en la escenografía, debido a la corporalidad que se vivirá en el escenario a través de los actores. Así mismo, permiten cambios rápidos en las escenas, lo que posibilita dinamismo y conexión con el público para centrar su atención en los movimientos expuestos.

Antes de iniciar la obra y mientras el público se acomoda en el espacio teatral, ingresan cuatro actores vestidos de negro, simulando personal de limpieza, limpian el cubículo y posicionan el cuadro en el foro, todo ello por medio de movimiento sincrónicos; acciones que se pueden relacionar con una limpieza del espacio policial, pues ambos elementos representan la crueldad del poder que tendrá lugar en la trama de la obra. Mientras esto sucede se escucha el Cuarteto N 21 en Re mayor, K 575 de Wolfgang Amadeus Mozart y se oscurece el escenario, estrategia que destaco en cuanto a que conduce a los espectadores a través de una melodía de cuerdas que generan expectación y tranquilidad que se irá desdibujando. Al espacio escénico ingresa un policía con una linterna, se ubica en el proscenio izquierdo, se proyecta una luz nadir que crea una sombra grande del cuerpo en el foro, sus movimientos son robóticos, enciende la radio y a través de una voz en off gruesa y mecánica dice:

Me presento: esta es mi mano, esta es mi tráquea, este es mi hígado, este es mi cuerpo y cada miembro de él tiene el deber de resguardar el orden y la seguridad de este recinto, y de todos los objetos que contiene, y hoy ustedes están aquí contenidos porque también soy responsable de sus cuerpos […]

Que la primera intervención sea la presentación del cuerpo y ubique a los espectadores dentro de un cuerpo físico que será controlado, pone en evidencia que aparte de la denuncia que se mostrará  en la obra, somos parte del mismo sistema donde la retención del cuerpo se refleja en la quietud de las sillas en supuesto de una inmovilidad, pues de antemano el sujeto está enumerando prohibiciones, dentro de las cuales encontramos: “Manifestar cualquier tipo de emoción de forma es-ca-to-ló-gi-ca”, palabra que al igual que ci-vis-mo es pronunciada de manera silábica, vocalizando de manera exagerada mientras contorsiona su cuerpo, contorsión que se podría asociar a una representación del automatismo y frialdad de las fuerzas militares, cuya silueta se posicionará sobre los tres cuerpos desnudos que ingresan a escena en diferentes momentos.

El primero es un joven de cuerpo tembloroso, su rostro expresa temor, tiene la mirada fija en el público,  mirada que al ser tan directa provoca conexión con el dolor que está representando, otro actor ingresa y se posiciona detrás tocándole sus testículos con espuma y entregándole una herramienta que utiliza para maltratar su cuerpo; el segundo es el cuerpo de otro joven con respiración agitada, mediante una luz frontal es posible apreciar el cómo se lastima sus genitales, su rostro expresa enojo forzado a la par de la luz cenital que acompaña al cuadro, la presencia militar yace en el recinto mediante el maltrato corporal. El actor sale de escena con la mirada puesta en todo el público. Somos observadores de una escena dolorosa sin un movimiento contrario que lo impida, y esa mirada habla del reclamo ante la inacción. El hecho de que ambos cuerpos maltraten sus genitales puede suponer una imagen contra la hegemonía masculina militar, un heteropatriarcado que se instaura en la guerra a través de la incorporación de cuerpos robotizados y cuerpos conscientes de la perpetuación del dolor. El tercer cuerpo es una mujer con cauchos en el rostro, quien al quitárselos rebota en su cara, su llanto es desconsolador. Los tres cuerpos coinciden en un movimiento: posicionan sus manos hacia arriba como simulando un arresto o tortura. Fueron víctimas de toda clase de violación, y representarlo a través de la desnudez del cuerpo sugiere la relevancia del cuerpo en medio del horror. ¿Cuántos cuerpos han sido maltratados? ¿Cuántos yacen desaparecidos? ¿Cuánta memoria alberga el tacto? Lo cuantificable se queda corto frente a los imaginarios que se instauran en una sociedad donde los cuerpos se convierten en desechos y en mercancía, por lo que la desnudez implica volver a conectar con la memoria corporal en aras de denunciar la impunidad.

Esos momentos marcados por el dolor y la frustración se conectarán con la escena en la que siete actores con bañador azul metálico mueven su cuerpo al compás de la canción Dios Nunca Muere de Lila Downs. Se ubican en corbata con flexión de rodillas, movimientos de las muñecas, patentando cada paso con el bajo de la música. Luego, otro actor sale con un rosal, siempre observando al público, con luz frontal y baja. Caminan rápido realizando un ocho en el escenario, luego en fila. Danzan durante toda la canción, una escena que conmueve, pues en la letra se nota pena, duda y angustia frente al porqué del sufrimiento: “Dime quién eres dios mío/que tanto me haces sufrir”, esto unido a los movimientos de los actores crea una atmósfera de reflexión frente al absurdo del conflicto, frente a las prácticas necropolíticas que ejercen poder abrupto sobre los cuerpos.

La figura de la fuerza pública se refleja en el cuadro del fantasma que participa como personaje, en el militar de alto mando que estará dentro del cubículo y en los policías que se enfrentarán a los manifestantes. Una luz cenital ilumina el cuadro, los actores agitan sus cabezas de un lado a otro, señal de que siguen órdenes mientras se le brinda paso al fantasma a través de una voz robótica, chillona, recitando retahílas que se proyectan en el ciclorama: “Este no es mi cuerpo, esta no es mi voz, pero lo que digo es que tengo razón”, “somos los fantasmas de esta sociedad, escuchen si pueden, sean muy valientes, pongan en orden a toda esta gente”, “BU-BU-BU-BU” y acrecienta el sonido de esta sílaba. Palabras y melodías que servirán para que sus abyectos sigan las instrucciones, en ese momento se escucha la canción Río, río de Los Huasos Quincheros a la par que se escucha un silbato indicando el cambio de movimiento entre los actores que se distribuyen por todo el espacio escénico, se agrupan de a dos o de a tres para agarrar sus cuerpos en representación de la fuerza bruta. Al escuchar la canción que hace parte del folklore chileno y observar los movimientos, se piensa en el agua de las lágrimas que no paran de cesar hasta convertirse en ríos o en un cauce que no se detiene, símbolo del llanto ante los cuerpos agraviados, a quienes les han arrebatado la memoria del sentir y la memoria social, cuerpos susceptibles al olvido. Luego, se observa una luz estroboscópica mientras uno de los actores convulsiona en el foro, lo rodea una luz en forma de círculo, el sonido se convierte en una lluvia fuerte y estruendosa, para después producirse un black-out.

En cuanto al militar dentro del cubículo, cabe decir que ingresa al escenario por el costado izquierdo gracias a que otros cuerpos desnudos lo desplazan hacia el centro del foro; posee botas militares, calzoncillos blancos, cabellera hasta los hombros, negra y lacia con flequillo. Al estar el escenario a oscuras y solo iluminarse el cubículo, la atención se centrará en su intervención: “Cada golpe que di, fue en defensa de la democracia y la paz, hay algunos ingenuos que creen que basta con la palabra para defender la libertad, los invito a salir a las calles, enfrentarse a los intolerantes, incivilizados”, “la fuerza es absolutamente imprescindible para mantener el orden, la paz”, “somos el alma de esta nación, un pueblo que no tiene futuro”. Frases que dejan entrever el monopolio de la violencia a cargo de militares en representación del estado, quien invita a ejercer más violencia si el statu quo instaurado se ve amenazado. El personaje en comparación con los demás, es más grande, personificando superioridad con respecto a sus súbditos, quienes lo besan después de su intervención; su posición corporal es firme, realiza pocos pasos y trasmite temor al espectador mediante la imposibilidad de observar por completo el rostro, lo que entra en consonancia con las palabras que pronuncia, aspecto que supone pensar en la poco visibilización de los cuerpos, el interés de no verlos equiparado con el desinterés de su humanidad.

Aparecen dos actores a los laterales del escenario con máquinas de humo y envuelven el escenario teatral en un humo que provoca la tos de algunos espectadores. De la parte superior del escenario bajan unos reflectores en fila, iluminando el público y dificultando la vista por la intensidad de la luz. Se escuchan entonces sonidos inteligibles, ruidos de cacerolas, golpes, conformando una completa inmersión que posibilitó sentir la nebulosa de una realidad de país en medio de las manifestaciones.

Seguidamente se escucha un ruido fuerte y sordo. Al subir las luces se ven en el escenario militares inmóviles y el cuerpo de un hombre iluminado únicamente por un reflector al son de música sintética. Ingresan los militares con vestidos aguamarina, semejante a las muñecas, que al ritmo de los zapateos simulan una marcha; desnudan el cuerpo golpeado, arrojan su ropa hacia el proscenio, lo maltratan, manipulan, ingresan sus dedos en la nariz y la boca, lo que causa risa en algunos espectadores, acto que incomoda, pues la escena es angustiante; quizá esa risa se deba a la normalización de la violencia, hecho que propicia repensar y desmontar las relaciones sociales y humanas establecidas en un contexto desabrigado.

En esa manipulación suceden dos black-out en los que cada uno presenta una posición diferente del cuerpo maltratado. Después de continuar la manipulación solo se escuchan los sonidos de las botas, causando un efecto de intranquilidad, desasosiego, sensación que se une al momento en que aparece la madre que llora la muerte de su hijo y quien al abrir el ataúd no encuentra su cuerpo. La emoción dramática que genera la actriz se sentirá hasta finalizar la obra, pues pese a que se resiste ante los militares, será una víctima más, y su cuerpo desnudo reposará en el hombro de uno de los soldados quien la baja del escenario y la sienta en la quinta fila. En ese momento los espectadores se mueven, sus cuerpos actúan para darle paso, solo la observan, nadie la abraza o la cobija, una luz cenital la acompañará hasta que todos salgan del recinto. Esta acción dejó en evidencia una crítica contra la indiferencia social, la misma que mostramos como espectadores.

Lo anterior, también se refleja en otras dos escenas. La primera corresponde a la parrilla de los jóvenes, que por su vestimenta colorida con jersey sobre los hombros simulan las clases altas, todos bailan al son de la canción Juju Juju de El Futuro Fuera De Órbita y Harry Nach, mientras distribuyen alimentos como bebidas y chorizos de color rojo, un color semejante a la sangre coagulada. Los personajes parecen ahogarse, posicionan sus manos alrededor del cuello, observan el público expresando necesitar ayuda, se desplazan en grupos con movimientos simultáneos y la boca abierta; a la par se presenta una disputa que termina en un cuerpo golpeado mientras los otros cuerpos se ubican solo como incentivadores del conflicto. La música termina en un sonido agudo de cuerda, lo que suscita un ambiente tenebroso; luego se escucha, por parte del cuerpo maltratado, la palabra “Bomba”, la cual se repetirá hasta prolongar la última vocal. ¿Qué papel cumplen las altas esferas sociales en un contexto donde se respira el maltrato y las ausencias de los cuerpos? ¿Qué responsabilidad tienen frente a esas ausencias? ¿Cuál es el artefacto que explotará los cuerpos fuera de órbita?

La segunda escena corresponde al momento de las fiestas en que los soldados están dentro del cubículo con el militar del alto rango. Todos utilizan vestimenta divertida y máscaras espeluznantes, una de ellas de Freddy Krueger, quien recuerda que ni en los sueños se escapan a las atrocidades a las que están expuestas algunos cuerpos. Mientras bailan música de carnaval, solo se observa una luz estroboscópica, lo que genera agobio e impotencia, pues el festejo se convierte en la estrategia para ocultar o normalizar problemáticas, invisibilizar u olvidar cuerpos.

Todas estas acciones logran que el espectador conectara con la obra, que invita a la reflexión. El hecho de que el cuerpo sea el protagonista invita a pensar en el papel de las palabras en medio del horror y cuánto estamos relacionados con la memoria de los cuerpos presentes y ausentes. Sin duda, una obra espectacular.


Sinopsis

Ocho cuerpos se mueven por el escenario en misteriosas sacudidas. Marchan, entrenan y celebran, pero no está claro si sus movimientos hablan del sufrimiento o de la alegría, del orgullo o del miedo. Juntos forman un cuerpo de seguridad, un organismo mecánico y convulso compuesto por cuerpos estrictamente disciplinados. Educados para perpetrar la violencia contra sí mismos y contra los demás, lo que se inscribe en sus cuerpos impregna todos los niveles de su ser y vivir. ¡Mantener el orden!, es el imperativo. En un espacio museístico abstracto, fuerzas de seguridad, sus víctimas y figuras fantásticas del terror se reúnen en un ritual de confesión, expiación y denuncia.

Oasis de la impunidad propone una reflexión coreográfica sobre la naturaleza de la violencia estatal que ha vinculado a las fuerzas de seguridad y a los ciudadanos en una dialéctica permanente a lo largo de nuestra historia, centrándose en las motivaciones sistémicas e individuales de los sujetos que ejercen dicha violencia: ¿Cómo se entrelazan la convicción individual y la disciplina violenta? ¿Quién utiliza y quién controla el monopolio estatal de la violencia? ¿Cómo puede una sociedad democrática encontrar un consenso sobre el uso legítimo de la violencia? ¿Cuándo se convierte el miedo y la desacralización del cuerpo humano en las únicas estrategias de adoctrinamiento, castigo y control?


Equipo

Dramaturgia
Elisa Leroy y Martín Valdés-Stauber
Autoría
Marco Layera


Dirección
Marco Layera
Ayudante de Dirección
Humberto Adriano Espinoza y Katherine Maureira


Producción
Teatro La Re-sentida y Münchner Kammerspiele
Producción Ejecutiva
Victoria Iglesias


Reparto
Diego Acuña, Nicolás Cancino, Lucas Carter, Mónica Casanueva, Carolina Fredes, Imanol Ibarra, Carolina de la Maza, Pedro Muñoz, Jonathan Serrano
Escenografía
Sebastián Escalona, Cristian Reyes




Iluminación
Cristian Reyes Vera, Karl Heinz Sateler


Música
Andrés Quezada


Fotografía
Gianmarco Bresadola


Distribución
Carlota Guivernau
Compañía
La Re-sentida
Vestuario
Daniel Bagnara
Ayudante de Vestuario
Florencia Borie
Realización de Vestuario
Eugenio Pino






























Fecha del Estreno: 13/04/2023

Teatro: Teatro María Guerrero. Centro Dramático Nacional

Sala:  Grande

Duración en minutos: 90

Género  Drama contemporáneo, Histórico

En los Medios

Georg Kasch “Freddy Krueger will nicht mehr”, Nachtkritik.de [9/10]

Rosalía Gómez, “El ser humano como objeto”, Diario de Sevilla [7/10]

A.J. Goldmann, “At a Contemporary Drama Festival, Staging the Frighteningly Real”, The New York Times [8/10]

Entrevista. Casa de América. “El Oasis de la impunidad, una reflexión sobre la violencia en Chile, con Marco Layera”

 


Oasis de la impunidad

«¿Cuántos cuerpos han sido maltratados? ¿Cuántos yacen desaparecidos? ¿Cuánta memoria alberga el tacto? Lo cuantificable se queda corto frente a los imaginarios que se instauran en una sociedad donde los cuerpos se convierten en desechos y en mercancía, por lo que la desnudez implica volver a conectar con la memoria corporal en aras de denunciar la impunidad«

Leidy Astrid Montañez Ortiz

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