Crítica de Acampada

Mélanie Werder Avilés

ITEM-UCM

El Pont Flotant presenta un deseo, una pregunta, subraya una evidencia en forma de la imagen de una Acampada, un juego de Acampada, un simulacro.

El colectivo valenciano presenta, en el marco del 37 Festival de Otoño, su nueva creación, surgida del laboratorio de creación Otras InCapacidades realizado durante el verano de 2019.

Gracias a una presentación de proyecto discontinúa, con cortes, tratando de cuadrar todas las necesidades del respetable, ¿Hay alguien con problemas auditivos? ¿Alguna persona ciega? ¿Alguien que sea muy autoexigente? ¿Qué hable vasco? ¿Valenciano?, la compañía nos demostrará cómo usar la maquinaria teatral para enseñar las costuras de los lenguajes, de las convenciones, de una sociedad que va demasiado rápido a la hora de atender la diversidad. Como dice Jesús Muñoz ante la avalancha de diferencias manifestadas antes de cerrar el telón y de “liar” a un intérprete de lengua de signos para que se quede frente al público: Si nos organizamos, no pasa nada, pero necesitamos tiempo.

Acampada consiste en ir de acampada. En montar una Acampada que sea legible, disfrutable para todos, independientemente de sus capacidades o diversidades. Gracias a las ilustraciones llenas de color de Raúl Aguirre, la audiodescripción– mención especial al efecto dramático de que los propios personajes narren sus propias acciones– o la presencia, integrada, del traductor a lengua de signos– hipnótico de seguir– combinadas con intérpretes con diversos grados de diversidad funcional, se genera un aparato escénico delicado en lo emocional, que nos refleja como sociedad acelerada. Como dice el personaje de Mónica Lamberti ¿En serio vamos a dejar atrás a una persona porque no pueda venir?

Sin paternalismos, se produce un viaje especialmente tierno entre el público y los acampantes. Enric Montefusco suena, mientras pide Todo, para todos: una oportunidad, un compañero, tras haberse establecido la medida del mundo para cada uno de los protagonistas. Un por lo menos. Y a la vez que esta compañía desmonta la tienda, el artefacto escénico también se desmonta. El telón se cierra, pero el foco apunta a  Lola, una persona ciega a la que su acompañante le ha narrado lo que ha ocurrido en el escenario, nos comparte cómo vive la obra. A través del intérprete de LSE, nos cuenta qué le ha parecido la obra a una espectadora con sordera. Gracias al epílogo, en platea, se comparte. Las estructuras del teatro se desmontan, las varillas de las tiendas se desarman, pero queda el mensaje. Todo para todos, o por lo menos: teatro, para todos.

Mélanie Werder Avilés

ITEM–UCM