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Crítica teatral de Yo solo vine a ver el jardín

Crítica de Yo solo vine a ver el jardín

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María Serrano Aguilar
Máster de Teatro y Artes Escénicas UCM

En el dossier de la obra, Yo solo vine a ver el jardín se presenta como una «experiencia inmersiva y experimental». Y no le falta razón. Desde el minuto uno, el espacio sonoro de la obra atrapa al público y le sumerge de inmediato en un estado de desconocimiento y expectación al hacerle escuchar en bucle las palabras de una serie de hombres que parecen querer seducir a alguien.

 

Ese alguien es Aglaya (Lluna Issa Casterà), protagonista única que representa, a la vez, un lugar común compartido por miles de mujeres: el desconocimiento del propio deseo.

En Yo solo vine a ver el jardín, se nos insta a explorar nuestros propios cuerpos, a indagar en lo que sucede cuando se habla de deseo y de erotismo desde un lugar de puro reconocimiento. Esta exploración, por el mero hecho de darse, se presenta como algo transgresor. Ella quiere tocarse y ser tocada para conocer su propia corporalidad, encontrar los rincones donde se esconde ese placer. El trabajo corporal llevado a cabo por la intérprete nos acerca a esa desesperación por saber, por sacudir cada extremidad, por contorsionar el cuerpo y plegarlo en busca de esos recovecos donde podría estar agazapado, escondido, esperando a que alguien vaya a buscarlo. Pero ella sabe que, “en realidad, a quien espero es a mí”.

 

Esta exploración no solo se da desde el cuerpo, desde su carnalidad. La voz de Aglaya, sus palabras, también pasan del erotismo finamente hilvanado a las quejas o referencias más mundanas que apelan a esa realidad en el que solemos desarrollar nuestras relaciones íntimas. Se desvela la marca que dejan sobre nuestra intimidad, individual o compartida, las férreas estructuras sociales y culturales que ejercen su poder sobre nuestros cuerpos y nuestras pulsiones con una fuerza no siempre visible.

 

Desde el colectivo amor&rabia se nos insta a tomar conciencia de ese poder, de sus estructuras y jerarquías, y de observar cómo nos coarta, abordando este mismo eje temático desde diferentes prismas. Para ello, hacen un uso inteligente de la videoescena, permitiéndonos ocupar aquellos espacios generados por la luz de la proyección y simultaneando, en apariencia, un tiempo mismo en espacios diversos. La técnica vocal de la intérprete es aprovechada al máximo, llevándonos a experimentar de manera totalmente sensorial el lirismo de determinadas partes del texto y la musicalidad de la voz de Lluna Issa Casterá.

 

Pero la experiencia sensorial no acaba ahí. Se espolean aquellos sentidos a los que no solemos recurrir durante una representación teatral, aunque sean tan fundamentales en nuestro día a día. No por nada, en su dossier muestran su interés por el espacio «como instalación o dispositivo», donde cada uno de los objetos y la interacción que podamos tener con ellos disparan diferentes reacciones en los cuerpos que presencian (y viven) la representación.

 

Con esta actualización de Feliciana Enríquez de Guzmán, Carla Nyman da cuerpo al texto de Yo solo vine a ver el jardín, y con él, a una obra que espera que exprimamos nuestra capacidad perceptiva. Nos insta a que acompañemos a la protagonista en esa exploración de un placer que se extiende y se manifiesta en cada uno de nuestros sentidos.

UN PRÍNCIPE PARA AGLAYA

Candela Caballero (Máster de Teatro y Artes escénicas. UCM)

Carla Nyman y Lluna Issa Casterà se juntan para llevar a escena un insaciable monólogo a partir de la obra del siglo de oro de Feliciana Enríquez de Guzmán, Jardines y campos sabeos. Esta obra se estrenó en el Espacio DT en 2021 reponiéndose en cartel gracias a la Sala Nave 73.

Aglaya se cita con seis hombres desconocidos de una aplicación, cuyos nombres curiosamente están compuestos solo por la vocal A como la protagonista, con la intención de elegir a un pretendiente. “Solo puede quedar uno”.

Durante una hora y media, Casterá nos lleva por diversos lenguajes escénicos a través de un uso de la voz y el texto que rezuman erotismo pero que se quedan en la fina línea del voyeurismo.

El espacio, marcado por falsas yedras y césped artificial, acoge diversos objetos en su mayoría de miniatura que quedan esparcidos y usados sin ningún tipo de organización y limpieza. Esto tiene cabida, pues el personaje de Aglaya interpretado por Lluna Issa Casterá se presenta como un personaje mimado y consentido que juguetea con estos elementos de manera deliberada (unos playmobils, como los seis hombres citados, son un ejemplo de ello), llegando a estar largos minutos con una misma acción (como chapotear con la mano en un bol con bolas de pin pon, o alargar una canción a micrófono destruyéndola) solo por el placer sonoro que provoca. Y es que una de las cosas que más se destaca de esta pieza, es el uso del sonido diegético que crea una capa de sonido experimental a través del uso de los micrófonos y la manipulación en directo del mismo. Añadir a lo ya dicho, que esta pieza no podría ser sin la actitud y la cara que le echa Casterá a la escena manteniéndola enérgicamente ella sola.

Yo solo vine a ver el jardín es un viaje continuo por el deseo y la decisión, y se imprenta en mí una imagen poderosa como la de los siete hombres sentados en primera fila como público, que al tiempo se desnudan y entran a escena. Y entre tanto cuerpo masculino desnudo, una empoderada Aglaya rodando encima de ellos provocándoles gemidos que representan la bacanal organizada en su jardín. En ningún momento se llega a volver la escena pornográfica si no que perfectamente se queda en el limbo de la locura y la sensualidad. Puntualizo que en ciertos momentos, se crea un distanciamiento en escena ya sea por la distensión temporal con una misma acción o por la contrariedad de los siete hombres cuando la obra se sustenta sobre el número seis. Por último, Aglaya invita a seis personas del público a que vayan a su jardín, dándoles unas instrucciones a través de la proyección de texto, mientras comen fruta.

Así acaba esta pieza experimental. Yo solo vine a ver el jardín tiene tal repertorio de lenguajes escénicos que acabas desvinculándote de la historia ocasionalmente para volver a entrar y sumergirte en este jardín, que bien funciona como espacio metáforico de la mente de nuestra protagonista. Lo  mejor es dejarse llevar por este viaje interpretativo, visual y sonoro.

[8/10]


Sinopsis

Aglaya, la protagonista de nuestra obra, deberá escoger entre seis pretendientes que la esperan y la desean (¿?), aunque ella aún tendrá que encontrar su propio deseo. ¿Cuál será su elección? ¿Qué criterios establece? ¿Cómo filtrar? ¿Cómo escoger uno entre entre seis pretendientes igualmente válidos? La solución se presenta como algo sencillo: citar a los seis para proponerles una relación poliándrica.


Equipo

Dramaturgia
Carles Fernández Giua
Autoría
Feliciana Enríquez de Guzmán


Dirección
Carla Nyman




Producción
Lluna Issa Casterà




Reparto
Lluna Issa Casterà






Iluminación
Elvira Casalins


Música
José Pablo Polo, Lluna Issa Casterá
Espacio Sonoro
José Pablo Polo






Compañía
Colectivo amor&rabia








Diseño del cartel
Dani Jaén
Festivales
IX edición de clasicOFF (Festival Experimental de Teatro Clásico)






Video escena
Micaela Portillo






Idioma
Castellano








Fecha del Estreno: 24/06/2021

Teatro: DT Espacio Escénico

Sala:  -

Duración en minutos: 90

Género  Monólogo

En los Medios

Claudia Vila Galán, «Las entrañas del deseo femenino en monólogo», El País

Ka Penichet, «Haciendo añicos el placer falocentrista y sus tabúes», Revista Godot 


Yo solo vine a ver el jardín

«En Yo solo vine a ver el jardín, se nos insta a explorar nuestros propios cuerpos, a indagar en lo que sucede cuando se habla de deseo y de erotismo desde un lugar de puro reconocimiento. Esta exploración, por el mero hecho de darse, se presenta como algo transgresor. Ella quiere tocarse y ser tocada para conocer su propia corporalidad, encontrar los rincones donde se esconde ese placer.»

María Serrano Aguilar

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