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UNA NOCHE MUY OSCURA

Crítica de Noche oscura

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Sergio Santiago Romero
ITEM-UAH

El Centro Dramático Nacional alza sus telones tras la larga cuaresma que la pandemia del coronavirus nos impuso. Concluida —¿concluida?— esa oscura noche dramática, el teatro Valle-Inclán dio el pistoletazo de salida a la temporada 2020/2021 con uno de los proyectos que el confinamiento dejó aparcados: Noche oscura, un texto de Sergio  Martínez Vila con dirección de Salva Bolta y la actuación de tres jóvenes y prometedores actores, Sergio Jaraiz, Darío Sigco y Carlos Troya. El texto trata de corporeizar en escena la experiencia mística descrita, entre otros, por san Juan de la Cruz. La pieza se divide en tres partes cuyos títulos evocan el nombre de los poemas mayores del vate renacentista: “Cántico”, “Noche” y “Subida”. Sosteniendo esta misma estructura tripartita, en el montaje se entremezclan otras tantas líneas argumentales. La primera la constituye una serie de rituales escénicos bellamente coreografiados por Iker Arrué que persiguen representar metafóricamente la vivencia mística y sus tres vías tradicionales (purgativa, iluminativa, unitiva). La segunda es la narración contemporánea del conflicto edípico de un personaje —un tal Juan— de quien solo conocemos su homosexualidad y su relación traumática con un padre moribundo. La tercera línea de la obra la compone el acervo de citas —sobre todo de versos de san Juan, pero también de poetas y místicos tan dispares como Bhagavad Gita, Agustine Baker, el maestro Eckhart y T. S. Eliot— que aparece proyectado en la pantalla del escenario. Cómo se comunican estos tres discursos es francamente un misterio que no me atrevería a resolver. Entre  los dos primeros —los ritos y la historia contemporánea— se produce un tránsito bastante orgánico, lo cual se me antoja un verdadero logro por parte de Bolta; la comunicación entre estas dos líneas —las que suceden en escena— y los textos proyectados o leídos con voz en off es, en la mayor parte de las ocasiones, inexistente o, por lo menos, ininteligible para el espectador.

El espacio escénico de Noche oscura, diseñado por el propio Bolta, destaca por su sencillez y eficacia. Un rectángulo blanco define el ámbito de la vacuidad y el abandono del ser. En su centro, un montículo de gruesa arena negra evoca el Monte Carmelo, es decir, el camino de la ascensión mística. En su cima tendrá lugar la escena culminante de la obra, primitiva, animal, telúrica y sexual representada a través de la unión de los cuerpos de los actores. Al fondo, una tarima, una rueca y unos pocos objetos más dibujan un templo en el que tienen lugar toda suerte de liturgias: la consagración de un altar, un bautismo, etc. Dos árboles de enorme carga simbólica —el ciprés y la higuera— aparecen en el escenario para delimitar los contornos de la ceremonia.

En lo relativo a la videoescena, diseñada por Teresa Martín Ezama, su uso es, en pocas palabras, prescindible. La docena de citas proyectadas no justifica la larga media hora durante la cual dos pelotitas blancas rebotan por la pantalla distrayendo la atención de lo único que es verdaderamente importante en el teatro: la presencia casi sacramental del cuerpo del actor en escena. No diré nada sobre la proyección de un venado digital caminando hacia los espectadores, pero el ungulado se parecía más al padre de Bambi que al delicado  «ciervo vulnerado» del Cántico espiritual. Menos es más casi siempre, pero sobre todo en una obra de cámara, de tono intimista y que busca explorar, ni más ni menos, que la experiencia mística. Para nada de eso hace falta un vídeo.

El espacio sonoro ejecutado por Luis Miguel Cobo está definido por paisajes acústicos que trasladan al espectador a un ambiente onírico y distópico. No sé si es necesario el uso de microfonación en una sala tan pequeña. Tengo claro que no es necesario, en  cambio, que esta línea de sobriedad acústica la rompa la aparición fulgurante y extraña de la voz de Rosalía cantando “Aunque es de noche”.   Por último, la iluminación de Carlos Andrés Mozo me parece intachable por sus juegos interesantes, que visitan el claroscuro y los colores cálidos, y por el manejo impecable de las sombras, que es fundamental para tejer la red de símbolos que opera en el texto.

Lo más destacado del montaje es, sin duda, el trabajo ejemplar y vibrante de los actores, semidesnudos durante la práctica totalidad de la obra y sometidos a una exigencia física que en ocasiones roza la extenuación. Su expresividad corporal es innegable, y da lugar a algunas escenas de gran plasticidad, como aquella en la que uno de ellos amasa pan en el vientre de otro, la escena de la unción del cuerpo de otro de ellos, y el muy cuidado cuadro del bautismo, antes citado. No acabo de entender —aunque esto es cuestión de dirección, y no de su trabajo— por qué se tiende tanto a la hipersexualización de estos actores. Que la poesía de Juan de Yepes ocultaba una profunda carga de (homo)erotismo no es ninguna novedad —se lo pueden preguntar a Lorca—, pero también encierra muchas otras cosas que quedan desvaídas entre tanta tensión sexual.

Por lo demás, la obra deja el mismo sabor que ver las fotografías de un viaje fascinante al que no pudiste ir, y creo que este problema tiene que ver con la propia concepción del espectáculo. Para empezar, san Juan de la Cruz ni está ni se le espera. O si está latente, no está patente, y el teatro —Santiago Trancón dixit— es signo por ostensión, vamos, signo patente. San Juan es el autor de un puñado de versos proyectados en la pantalla, y poco más. Puede entenderse la estrategia publicitaria de un autor actual que, queriendo dar a conocer su teatro contemporáneo, emplee el reclamo de un poeta que atraerá público. Pero si aceptamos esto, habremos de entender también la indignación de muchos desavisados que piensen que van al teatro a deleitar sus oídos con el verso de san Juan, cosa que aquí no sucede. Para continuar, este montaje concebido en el Laboratorio Rivas Cherif alcanza unas cotas de hermetismo difícilmente compatibles con la exhibición pública. En el encuentro con los espectadores al que pude asistir, el director señaló que su objetivo  y el del dramaturgo había sido huir de lo racional para  adentrar al respetable en la pura experiencia mística. Nada de contexto, nada de Juan de la Cruz  como hombre o autor, nada. Expresar, no explicar: esa es, nos dice, su consigna. Pero a renglón seguido confesó que el montaje se cimenta en un complejo bosque de símbolos y de material de documentación que queda vedado a los espectadores. Es decir, que existe  una narrativa, pero no tenemos derecho a ella como público. La obra se convierte entonces en un misterio eleusino en el cual tenemos el triste papel del voyeur. El público asiste, mira, pero no participa; contempla a los iniciados, pero no se inicia. Si esto no es racional, ¿por qué es simbólico? Y lo más importante: si esto es un proceso místico —también llamado laboratorio—, ¿por qué lo han convertido en una obra de teatro? El teatro traspasa y transforma a quienes lo hacen, y eso es bello y necesario. Pero el círculo queda incompleto si dichos profesionales no posibilitan que el teatro se valga de esos cuerpos transfigurados para transformar también al espectador. En esto precisamente se diferencia la mística del teatro: lo uno es una experiencia personal incomunicable, mientras que el otro es un rito social cuya condición de posibilidad es, precisamente, la oportunidad con-vivir la experiencia litúrgica transformadora. Creo, honestamente, que no puede aducirse aquí la vieja idea de que el público madrileño es pacato, cursi y casposo, y que no entiende el teatro contemporáneo. De hecho, en cuanto a teatro de vanguardia el montaje es mucho más comedido y tradicional que otros que se han estrenado en Madrid recientemente y con mucho éxito —pienso en La trilogía del infinito, de Angélica Liddell, y en el bizarro Mount Olympus de Jan Fabre—. Se trata de que no se da lo que se promete —me refiero a san Juan de la Cruz, sí— y, sobre todo, a que el público no consigue sentirse interpelado. No eran pocos los estupefactos.

«El miedo mira hacia delante y el deseo hacia atrás», sentencia uno de los actores en escena. Pienso que en una sala de ensayos conviene, a veces, mirar atrás. Esta es, no tengo dudas, una obra sin miedo, llena de buenas e inteligentes sugerencias; pero a veces se olvida del deseo. Sobre todo del nuestro como espectadores.


Sinopsis

Juan de Yepes y Álvarez, fue una figura solitaria y singular.
Tomó por filosofía la mística, que es ansia de lo absoluto y de la perfección hecha sustancia; hábito y virtud; un anhelo de llegar al Ideal del universo y de la Humanidad para identificar el espíritu con el cuerpo; un deseo de sentir la ciencia de tal modo que sea amor, y así, sustancia y acción refleja del alma.
Noche oscura plantea un trabajo de arranque que indague una dramaturgia en la que voces y silencios, nos abran paso a través de la idea de la experiencia mística del poeta, conectándola con el pensamiento sufí e interpelando al hombre de hoy.
El trabajo de investigación formal propone una construcción que se apuntale en una reflexión tanto como una invitación a observar el presente desde el lugar del itinerario místico, desarrollarse desde la pasión por el silencio y la palabra en la mística para articular un espacio de expresión donde gesto, movimiento, acción, palabra, imagen y música, se articulen como si de una experiencia espiritual se tratara.


Equipo

Dramaturgia
XRON
Autoría
San Juan de la Cruz, Sergio Martínez Vila


Dirección
Salva Bolta
Ayudante de dirección
Juanma Romero Gárriz
Adaptación
Sergio Martínez Vila
Producción
Centro Dramático Nacional




Reparto
Sergio Jaraiz, Darío Sigco, Carlos Troya.
Escenografía
Salva Bolta




Iluminación
Carlos Andrés Mozo
Movimiento
Iker Arrué


Espacio Sonoro
Luis Miguel Cobo
Fotografía
Luis Miguel Cobo
























Video escena
Teresa Martín Ezama






Idioma
Castellano








Fecha del Estreno: 15/09/2020

Teatro: Teatro Valle Inclán. Centro Dramático Nacional

Sala:  Sala Francisco Nieva

Duración en minutos: 105

Género  Danza, Teatro contemporáneo, Danza-teatro

En los Medios

Lucas Ferreira, “Viaje astral”, En platea [5/10]

José Miguel Vila, “Crítica de la obra de teatro ‘Noche oscura’: la mística se adueña de las tablas”, Diario Crítico [8/10]

Reportaje: Salva Bolta, “El Centro Dramático Nacional estrena Noche oscura de Sergio Martínez Vila”, Artezblai

Entrevista: Anónimo, “Entrevista a Salva Bolta por Noche oscura”, Revista Teatros

 

 


Noche oscura

Lo más destacado del montaje es, sin duda, el trabajo ejemplar y vibrante de los actores, semidesnudos durante la práctica totalidad de la obra y sometidos a una exigencia física que en ocasiones roza la extenuación.

Sergio Santiago

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