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La cabeza del dragón o la adaptación inteligente

Crítica de La cabeza del dragón

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Diego Gibanel Faro
UAH

«Valle Inclán es un clásico». Dijo alguna vez algún profesor en alguna clase de lengua y literatura de algún instituto público. Irrebatible. Valle-Inclán es, claro, un clásico. Pero ¿son clásicos todas sus obras? ¿Es un clásico clásico porque perdura o porque se te hinche el pecho cuando frente a otros te enorgulleces de conocerlo?

El día en el que acabamos en la representación para La cabeza del dragón junto a unas amigas, no habíamos aún reflexionado sobre los clásicos: íbamos a ver 500 días sin luz, un drama social sobre la Cañada Real que poco tenía de antiguo. Sin embargo, un fallo con las entradas nos hizo desplazarnos desde ese Teatro Valle-Inclán al que habíamos acudido a la representación de este Valle-Inclán horas más tarde. En la cola del María Guerrero supimos que se trataba de una obra de títeres. Mis años estudiando filología no me ayudaron demasiado, así que solté unas cuantas generalidades sobre este género que creo que las convencieron. Entramos.

Yo, que había apostado hace unos minutos por el interés enorme que tienen hoy los títeres, tuve que reconstruir rápidamente mi argumentario al ver aparecer ahí a actores de carne y hueso, que jugaban con su pelota como marionetas frente a la inmensa puerta de un castillo.

La historia nada esperpéntica del maestro del esperpento se reversiona en esta producción de una forma sublime: el universo referencial se modifica quirúrgicamente para que, sin perder las formas de una sátira infantil, todo el público comprenda el imaginario y la reflexión que esta historia pretendidamente sencilla desentraña.

El momento de catarsis absoluta llega sin ninguna duda en el segundo cuadro. El bufón comienza, con su ukelele, a cantar una cancioncilla burlesca sobre un reino lejano, que resulta no ser otro que España. El público no puede contener la carcajada: los tipos de nuestro acerbo cultural desfilan por esa letra que parecía naíf e improvisada. Sin embargo, pasean también las injusticias, las verdades dolorosas, las realidades sociales de las que inicialmente veníamos a despojarnos. La carcajada del público queda inmediatamente congelada. El rictus consigue que se escapen varias breves lágrimas para culminar en una sonrisa quizá complaciente —habla a menudo Mercedes Cebrián de la media sonrisa de los fracasados que abrazan su contexto— pero sin duda abierta, entregada, conscientes de haber sido tocados desde dentro.

El uso del espacio es, sin duda, una de las maravillas de la obra, vista desde todas direcciones, con actores saliendo por los palcos, montando una fiesta en el patio de butacas y con varios Valles-Inclanes sentados entre el público con la mayor tranquilidad.

El reparto desborda su talento sobre el escenario: los actores y actrices cantan, bailan, recitan, nos hacen reír, llorar, festejan e incluso construyen parapetos imposibles. Su plurivocidad, al principio caótica (todos aparecen con barbas de Valle-Inclán para pasar a ser una representación en espejo de los propios actores vistiéndose de los personajes que luego encarnan), parece unificarse con la aparición absoluta de un narrador, con la voz de José Sacristán que bien pudiera ser el mismo Ramón María, que ya nos ha narrado los paratextos previos al comienzo de la función y que marca, como un divino Valle-Inclán con sus divinas palabras el esquema de actos, cuadros y acotaciones del texto original.

Así pues, los actores son aquí realmente títeres encerrados en una caja dramática iluminada al efecto. Pero salen de ella, nos hacen partícipes del juego: no debemos olvidar que sobre nosotros alguien está manejando las cuerdas y la cruceta. Quizá el mismo Valle-Inclán que de sede en sede nos llevó a nosotras hasta su obra. Quizá ese mismo Marqués de Bradomín al que pasean a hombros los actores —en procesión, unos devotos contemporáneos más creíbles— y al que finalmente dejan descansar en el lugar que le corresponde: sobre las tablas de un teatro.


Sinopsis

El María Guerrero convertido en un tablado de marionetas gigante para educación de príncipes, donde los príncipes somos nosotros, el público.  Un grupo de actrices y actores menores de treinta y un autor de repertorio canónico, convocados a un duelo de los que le gustaban al autor.

Esta es la historia de un joven (de tantos…)  que se rebela ante el designio heredado y comienza un viaje para encontrarse a sí mismo, la lucha perpetua entre la juventud y la imposición de lo establecido, de la autoridad.  Y hay amistad, y hay un bar, y un amor imposible, y un cara a cara con la muerte.

Una propuesta wagneriana, cinematográfica y anacrónica.


Equipo



Autoría
Ramón María del Valle-Inclán


Dirección
Lucía Miranda




Producción
Centro Dramático Nacional


Ayudante de Producción
Belén de Santiago
Reparto
Francesc Aparicio, Ares B. Fernández, Carmen Escudero, María Gálvez, Carlos González, Marina Moltó, Juan Paños, Chelís Quinzá, Marta Ruiz, Víctor Sáinz Ramírez, Clara Sans, José Sacristán (voz en off)
Escenografía
Alessio Meloni
Construcción de Escenografía
Proes y Readest, Estrella Baltasar (confección de telones)
Ayudante de Escenografía
Mauro Coll
Iluminación
Pedro Yagüe, Eduardo Berja (ayte.)


Música
Nacho Bilbao, Guillem Ferrer, Juan Paños
Espacio Sonoro
Eduardo Ruiz "Chini"
Fotografía
Bárbara Sánchez Palomero






Vestuario
Anna Tusell
Ayudante de Vestuario
Carlos Pinilla
Realización de Vestuario
Paloma de Alba, Gabriel Besa, Peris Costume, María Calderón (ambientación vestuario), Matías Zanotti (máscaras)


Diseño del Cartel
Equipo Sopa












Web Oficial
https://dramatico.mcu.es/evento/la-cabeza-del-dragon/


Idioma
Castellano








Fecha del Estreno: 30/09/2022

Teatro: Teatro María Guerrero. Centro Dramático Nacional

Sala:  María Guerrero

Duración en minutos: 95

Género  Musical, farsa infantil, comedia musical

En los Medios

Ángel Esteban Monje, «Lucía Miranda sobredimensiona la pequeña farsa infantil de Valle-Inclán para darle un vuelo espectacular», Kritilo.com.

Javier Vallejo, «‘La cabeza del dragón’: el gran carnaval de Valle-Inclán», El País.

Liz Perales, «El postureo de la canonización de Valle por el teatro nacional», El Español.

Diego Da Costa, «»La cabeza del dragón» se estrena en el Teatro María Guerrero desde el 30 de septiembre, la unión de Valle-Inclán y Lucía Miranda», cinemagavia.es


La cabeza del dragón

«(…) los actores son aquí realmente títeres encerrados en una caja dramática iluminada al efecto.»

Diego Gibanel Faro

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