Crítica de Arlecchino servitore di due padroni

Miguel Ángel Jiménez Aguilar

SELITEN@T-UNED

Uno de los mayores aciertos de la Compañía Nacional de Teatro Clásico en esta temporada ha sido traer hasta el Teatro de la Comedia a Piccolo Teatro di Milano como compañía invitada, gracias a lo cual vuelve a demostrar su apuesta por el teatro clásico no solo español, sino internacional; por los registros más diversos, la comedia del arte en este caso; y por la autenticidad de la escena. 

 

El espectáculo merece todo nuestro respeto, por derecho propio. Las cifras referentes a los años de permanencia en las carteleras de medio mundo, el número de representaciones y espectadores que lo han podido disfrutar durante décadas, etc., así lo avalan, con creces. También su carga de teatro popular, su desenfreno, su alegría y la dignificación que transmite del ser más humilde e indefenso, la mítica figura del protagonista, interpretada en esta ocasión por Enrico Bonavera, en sustitución del recientemente fallecido Ferrucio Soleri, quien lo encarnara durante casi seis décadas.

 

Ya a las puertas de Teatro de la Comedia se sentía la magia de Piccolo Teatro. La expectación era máxima y sin duda no defraudó en esta ocasión tampoco, dado que ya se dejaron ver por estas tierras hace más de una década. Incluso se pudo ver parte del público deseoso de repetir aquella grata experiencia de entonces. Por ello, asistir a un representación de este espectáculo dirigido por Giorgio Strehler, con sus cinco únicos días de representación en Madrid, era como estar ante un acontecimiento único para la ciudad.

 

Sobre el escenario, música, baile, movimiento, ingenio, diálogo con el espectador, acrobacias…; un sinfín de artilugios cuidados con la más absoluta precisión y conocimiento del género, revitalizados y cercanos al público, a pesar incluso de las dificultades del idioma, de la interposición de las máscaras, del conocimiento que podamos tener de los arquetipos, de la cantidad de veces que hayamos podido asistir a los enredos de este gracioso criado… Nada le resta frescura al espectáculo, ni al encuentro entre la escena y el patio de butacas. Todo lo contrario, cuando uno asiste a la representación solo puede dejarse llevar y disfrutar las tres horas de espectáculo que supone el montaje de una comedia que, al día de hoy, se ha convertido en el espectáculo más longevo de la historia del teatro representado. Y el público así lo quiso reconocer, con un prolongado y caluroso aplauso. Una vez más, por derecho propio.

 

Miguel Ángel Jiménez Aguilar, UNED